jueves, 30 de mayo de 2013

Risa

La risa es algo raro.

Nadie sabe por qué existe, ni hay un consenso filosófico de por qué algo es gracioso, o no lo es. Nos reímos por distintas cosas, hay gente que se ríe de los nervios, y hay incluso gente que se ríe en momentos trágicos, como velorios o accidentes.
Pero, dentro de los comportamientos humanos, es uno de los actos más instintivos y al mismo de los más elevados que somos capaces. Une, rompe, construye y destraba.

Un compañero de laburo se despertó un sábado a la mañana con parálisis facial periférica. No podía mover la mitad derecha de su cara. Fue al médico y no pudieron decirle por qué le estaba pasando eso. El genérico, vago e insuficiente diagnóstico fue que estaba pasando por un pico de stress.
No vino a trabajar por una semana, esperando que la parálisis remitiera, cosa que no pasó, hasta que se cansó de estar en la casa rumiando sobre algo que no tenía solución inmediata, y volvió a la oficina. Nos avisaron: "mañana vuelve Diego, dice que sigue igual, y que no puede hablar bien, así que no sean boludos y no se zarpen".
La situación no era tan grave como nos habíamos imaginado, pero igual la parálisis era visible cuando gesticulaba. Fue un martes raro, él un poco ensimismado, nosotros sin saber cómo responder frente a algo que veíamos, pero preferíamos eludir. A la tarde, Diego dice: "Che, me acabo de dar cuenta de que no puedo silbar", y hace intentos fallidos por silbar con una boca que no responde del todo. Y de a uno, nos empezamos a cagar de risa. Ponemos canciones para silbar, y nos amenaza con denunciarnos al INADI.
Y pasa. Se va la nube. Y hacemos jodas acerca de su risa torcida, y su mirada rara. Y del cerebro que no le anda. 

La risa cura? No sé, pero cuando hay risa, de alguna manera ya sabés que lo peor ya pasó, que el momento de ponerse serios, por ahora, ya pasó.

Me vienen a la mente momentos en que la risa vino como la paloma de Noé a anunciar que la tempestad había pasado.

Como cuando, poco después de la muerte de mi abuela, un día nos encontramos con mi vieja riéndonos del canto extraño que hacía mi abuela cuando el Alzheimer ya la había alcanzado, y de cómo te abrazaba cuando te encontraba en el patio. Y ahí, tuve certeza de que mi abuela seguía conmigo. Y de que mi vieja volvía a estar bien.

O recién, que corto el celular con el pelado, y se ríe, porque fue al oftalmólogo y alegremente le dijeron que "está todo bien, todos tus estudios dan perfecto", obviando el hecho de que ve nublado de un ojo. "Ajá, así que, más allá de que no veo de un ojo, está todo perfecto". Y le vuelve la risa de nene.

Me río, a veces más, a veces menos, a veces rebalsándome la garganta. No sé si podemos elegir cuándo, dónde y cómo reírnos, pero menos mal que nos reímos.

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