lunes, 21 de abril de 2014

Herido

Primero es la sorpresa. Después el pasmo, la sensación de lo que no encaja; de lo que no debiera ser, pero es. Después es el primer dolor, que tiene más de confusión y desconcierto que de dolor real (ese viene después). Es más la expectativa del dolor que el dolor mismo. La sensación vaga de haber sido lastimado se vuelve certeza.

Lo que viene de ahí en más, tiene más que ver con el instinto, que con la razón o la emoción. La bronca que viene inmediatamente después, es la misma que la del animal salvaje herido que ataca para que no lo vuelvan a lastimar. El animal lastimado es agresivo por naturaleza, y en este punto somos muy similares a ellos. Y esa bronca es tan primitiva, tan básica, que poco entiende de razones. No se contiene por más que conscientemente sepamos que enojarse, gritar y golpear las cosas no sirva para nada. Sale de todos modos: si se intenta reprimirla, sale para adentro y explota, lastimando la espalda, o el estómago, o la cabeza, o lo que encuentre a su paso. Explota, de todos modos, no importa lo que se haga.

Después queda el cansancio. Porque en el doler y explotar, se consume mucha energía. También se consume energía en el cicatrizar. El tiempo de sanación depende de cuan sensible es la parte que se lastimo, y cuantas veces fue herida con anterioridad. Cuando una zona fue lastimada muchas veces, ya no cicatriza tan bien como al principio, las heridas no cierran tan bien, y se lesionan con mayor facilidad.

Pero lo peor es que, cuando un área se lastima muchas veces, repetidamente, pierde sensibilidad. Lo cual pareciera que es bueno, porque se endurece y ya no duele. Pero es triste, porque ya no siente, o siente menos.