viernes, 28 de junio de 2013

Abrazo Grande

Todos son gestos. Como personas, no realizamos acciones, interpretamos actos.

Como humanos, somos capaces de la poesía. Y la poesía no es simplemente métrica y rima. En todo caso, es cualquier cosa menos métrica y rima.

La poesía, creo yo, es eso simbólico y abstracto que nos permite transformar acciones en actos. Darle sentido a lo que nos pasa con el mundo y con otras personas, darle una relevancia más allá de la interacción fisicoquímica, y convertir ese devenir en vínculos y relaciones.
Nos da la posibilidad de tener sentimientos y emociones, y que eso sea tan real como una piedra o como el aire.

Anduve complicado estos días. Pasaron muchas cosas (muchísimas), en esta semana que pasó. Y cuando uno anda medio vapuleado, eso a veces te despierta la percepción, y es más fácil ver qué hay atrás de las acciones, descubrir los actos, vivir los vínculos. Es más necesario ver.

El abrazo es el acto físico de poner las extremidades superiores alrededor del torso de otra persona. Pero, por supuesto, no es solamente eso.

Recibí el abrazo de mi nena canina, cuando ella, subida a mi pecho, ponía sus dos patas de adelante alrededor de mi cuello y me secaba los ojos a golpes de beso.

Recibí el abrazo de mi vieja que, sin preguntarme nada, simplemente me quería hacer saber que ella estaba ahí para mí, como siempre lo estuvo y siempre lo va a estar, y que solamente tengo que ir a buscarla. Me prometió un abrazo de lana: me está tejiendo un pulóver, para que cuando tenga frío, tenga su abrazo en el placar que me proteja del clima y de todo.

Recibí el abrazo de mi amiga Gaby, con esa forma que siempre tenemos de estar cerca, a la distancia. De acompañarnos, de espantarnos la soledad, en cuanto intercambiamos un mensaje o dos. Nos sabemos al pie del cañón, cada uno en la batalla del otro.

Recibí el abrazo al volver a casa, un abrazo de bienvenida y de "qué bueno que estás acá": un abrazo de "qué bueno que volviste". Y ese era el único que me faltaba.

El abrazo como acción, tan simple en si mismo, tan fácil de practicar y de ejercer, tanto que nacemos sabiendo abrazar, con el cuerpo preparado para el abrazo. Y tan significativo en si mismo.
En el abrazo, la acción es acto de amor, es vínculo, es acercar corazón a corazón, lo más cerca posible, tanto física como emocionalmente.

Y es solo eso. Es poesía. Es algo elemental, básico y cotidiano, que se transforma en magia, en sentimiento, en vínculo. Y en esa alquimia, nos ejercemos como humanos.

Abrazo Grande.

martes, 25 de junio de 2013

Consiste...

Consiste en darme un abrazo sin que te lo pida (y no porque te sientas mal, sino porque quieras que yo me sienta bien).
Consiste en darme un beso con ganas, no como el que simplemente dice "hola".
Consiste en esperarme con algo que a mí me guste.
Consiste en querer acompañarme a algún lado, y no quejarse en el trayecto.
Consiste en elegir un lugar para ir y que te acompañe.
Consiste en querer compartir conmigo.
Consiste en cocinarme algo rico.
Consiste en levantarte cuando llego, por estar contento de que llegue.
Consiste en darme un masaje si te digo que me duele la espalda.
Consiste en preguntarme cómo me fue, y que realmente te importe.
Consiste en hacer un plan conmigo y cumplirlo.
Consiste en no mentirme al pedo.
Consiste en perdonarme cuando me equivoco, y no recordarme mis errores cada vez que viene a cuento.
Consiste en que puedas reconocer errores, y no se sienta como signo de debilidad.
Consiste en que yo pueda reconocer errores, y no se sienta como signo de debilidad.
Consiste en no estar a la defensiva cuando hablo, simplemente escuchar (Sin darme la razón, simplemente escuchando).
Consiste en que importe si estoy mal, si estoy enojado o triste, y que no trates simplemente de escapar de mis estados de ánimo como si fueran una molestia.



Consiste en todas esas cosas que no se piden, que simplemente se dan, porque cuando se piden, ya no tienen gracia.

Consiste en todas estas cosas que estoy pidiendo, porque ya no espero que vengan solas, y que estoy pidiendo aun sabiendo que, por pedirlas, ya perdieron la mitad de su gracias.



Consiste en hacerme saber querido.


Pero si lo estoy pidiendo...
Pero tiene sentido si lo estoy pidiendo?...

lunes, 17 de junio de 2013

Mi viejo está grande.

Mi viejo está grande.

Se sienta con su nieta a upa, y le pinta las uñas de los deditos. Y ella, con sus cuatro añitos, lo desarma y lo deshace a voluntad. Porque sabe que si uno es genuinamente fuerte, no importa mostrarse así de vulnerable de vez en cuando. La entereza se lleva por dentro, y dejarse desarmar es parte ineludible de ser hombre.

Y todavía me cuida como si no tuviera los 31 años que tengo, me va a buscar a la parada del colectivo, y me elige el colectivo que tengo que tomar a la vuelta, para que llegue más rápido a mi casa. Y me dice que calles tengo que tomar y cuáles no, para que no vaya por lugares peligrosos de noche. No porque piense que no me puedo cuidar solo, sino porque sabe que el cariño se demuestra de muchas maneras.

Me hace recordar que tengo que llamar a mis hermanos y a mi abuela, porque para él los vínculos son importantes, como quiere que lo sean para mí. Y me explica de política, y me pide opinión, y me compra un vino cuando voy a casa, porque me sabe adulto, y eso está bueno.

Discute con mi vieja, y la pelea, la reta, se ríe y le juega a las cartas, y charlan de nosotros, "los chicos", cuando se van a la cama de noche. Y está ahí a su lado, firme e incondicional, porque de alguna manera encontraron la forma de mantenerse juntos durante cuarenta años y seguir siendo compañeros. Si tenemos suerte algún día nosotros vamos a aprender la receta.

Se despierta todos los días demasiado temprano, y trabaja hasta tarde y los fines de semana, porque la responsabilidad es la responsabilidad, y el cansancio, el frío, el calor y los dolores no son justificativos para no hacerse cargo de las responsabilidades. Y se atrevió a mantener ideales, y cargarlos todo el viaje, cuando muchos otros los dejaron al costado del camino, porque eran muy pesados de llevar.

Y te abraza con fuerza, y te mira de frente cuando te habla, y en la calle saluda a los gritos. Con los años se ha hecho más demostrativo y más cariñoso, pero igual de loco, aunque un poco más aplacado, porque eso es ser un Ochonga.

Por eso, mi viejo no está viejo, mi viejo está grande. Se ha hecho más grande con los años. Cada vez más.
Feliz Día Papá.
Gracias Papá.

domingo, 16 de junio de 2013

El triangulo del Drama, por Melody Beattie

Fragmento extraído del libro "Ya no seas codependiente", de Melody Beattie

Cerca de un año después de comenzar a recuperarme de mi codependencia me di cuenta de que aún estaba haciendo algo que me causaba dolor. Percibí que este patrón tenía algo que ver con el por qué muchas de las relaciones que establecía se agriaban. Pero no sabia qué era “eso” que estaba yo haciendo, de modo que no pude dejar de hacerlo.
Un soleado día, mientras caminaba por la acera con mi amigo Scott, me detuve, me volví hacia él y le pregunté: “¿Qué es esa cosa que los codependientes hacen una y otra vez? ¿Por qué nos seguimos sintiendo tan mal?”
Pensó un momento en mi pregunta antes de responderme. “Los codependientes son cuidadores de los demás, rescatadores. Rescatan, luego persiguen, y terminan siendo víctimas. Estudia el triángulo del drama de Karpman”, me dijo. El triángulo del drama de Karpman y sus papeles de rescatador, perseguidor y víctima son la obra y la observación de Stephen B. Karpman.

Lo que me dijo no tenía sentido, pero volví a casa, busqué en algunos libros de terapia que se estaban empolvando en mi librero y los estudié. Luego de un rato, la luz se hizo en mi cabeza. Vi. Comprendí. Y me sentí como si hubiera descubierto el fuego.

Eso era. Ese era mi patrón. Este es nuestro patrón. Esto es lo que hacemos repetidamente con nuestros amigos, familiares, conocidos, clientes o cualquiera que se encuentre a nuestro alrededor. Como codependientes, podemos hacer muchas cosas, pero este patrón es el que seguimos mejor y con mayor frecuencia. Esta es nuestra reacción favorita.
Somos rescatadores, quienes todo lo proporcionan. Somos grandes madrinas o padrinos del mundo entero, como dice Earnie Lansen. No sólo satisfacemos las necesidades de la gente, sino que las anticipamos.
Arreglamos los asuntos de los demás, les enseñamos, nos afligimos por ellos. Los solucionamos, los atendemos. Y lo hacemos todo tan bien. “Tu deseo es un mandato para mí”, es nuestro lema. “Tu problema es mi problema". Somos cuidadores.
Cuidar de los demás parece un acto mucho más amistoso de lo que es realmente. Requiere incompetencia por parte de la persona a quien estamos cuidando. Rescatamos “víctimas”, personas que creemos no son capaces de ser responsables de sí mismas. Las víctimas en realidad son capaces de cuidar de sí mismas, aunque nosotros y ellas no lo admitimos. Generalmente nuestras víctimas están ahí esperando a un lado del triangulo a que nosotros hagamos el primer movimiento y brinquemos dentro del triángulo con ellas.
Después de que rescatamos, inevitablemente nos movemos a la siguiente esquina del triángulo: la persecución. Nos volvemos resentidos y nos enojamos con la persona a quien tan generosamente hemos “ayudado”. Hemos hecho algo que no queríamos hacer, algo fuera de nuestra responsabilidad, hemos ignorado nuestras propias necesidades y deseos, y nos enojamos por ello. Para complicar más el asunto, esta víctima, esta pobre persona que hemos rescatado, no siente gratitud por nuestra ayuda. No aprecia suficientemente el sacrificio que hemos hecho. La víctima no se porta como debiera. Ni siquiera está siguiendo nuestro consejo, que tan prontamente le brindamos. Esta persona no nos deja recomponer sus sentimientos. Algo no ha funcionado bien, de modo que nos rasgamos nuestro halo y sacamos nuestro trinche.
´
La mayoría de las veces la gente que rescatamos inmediatamente percibe el cambio en nuestro estado de ánimo. Lo vieron venir. Era justo el pretexto que necesitaban para volverse contra nosotros. Y ahora les toca a ellos ser perseguidores. Esto puede preceder, darse al mismo tiempo o seguir a nuestro sentimiento de enojo. A veces las victimas responden a nuestro enojo. Generalmente es la respuesta al hecho de que nosotros hayamos asumido a responsabilidad de esa persona, lo cual de manera directa o indirecta le dice qué tan incapaz creemos que es. La gente resiente que se le diga que es incompetente, no importa qué tan alto confiesen su incompetencia. Y se resienten con nosotros por agregar el insulto de enojarnos con ellos después de haberles señalado su incompetencia.
Es tiempo ya para nuestra movida final. Nos dirigimos a nuestro rincón favorito: el lugar de la víctima.

Rescatar y cuidar significan eso precisamente. Rescatamos a la gente de sus responsabilidades. Nos hacemos cargo, cuidamos de sus responsabilidades en vez de dejar que ellos lo hagan. Luego nos enojamos con ellos por lo que hemos hecho. Nos sentimos usados y nos da lástima de nosotros mismos. Ese es el patrón, el triángulo.
Este es el predecible e inevitable resultado de un rescate. Abundan sentimientos de desamparo, de dolor, de pena, de vergüenza y de lástima por uno mismo. Hemos sido usados otra vez. No nos han apreciado otra vez.

Con mucha frecuencia damos más de lo que recibimos, y luego nos sentimos utilizados y despreciados a causa de ello. Nos preguntamos por qué, mientras nosotros anticipamos las necesidades de otros, nadie se da cuenta de nuestras necesidades. Podemos deprimirnos seriamente como resultado de no tener satisfechas nuestras necesidades. Y empero, un buen cuidador se siente más seguro al dar; nos sentimos culpables e incómodos cuando otro nos da o cuando hacemos algo para satisfacernos. En ocasiones los codependientes podemos imbuimos tanto en nuestro papel de cuidadores que nos sentimos desanimados y rechazados cuando no podemos cuidar o rescatar a alguien, cuando alguien se niega a que se le “ayude”.
Hemos luchado tanto por ayudar a la gente, de ser buenos con ella. Nos lamentamos, “¿Por qué? “ “¿Por qué me pasa esto SIEMPRE a mí?” Otra persona nos ha pisoteado, nos ha golpeado. Y pensamos: “¿Siempre seremos víctimas?” Probablemente, si no dejarnos de rescatar y de cuidar a los demás como si fuéramos su nana.

Lo más importante acerca de ser cuidadores es aprender a entender qué significa y cuándo lo estamos haciendo, para que podamos dejar de hacerlo. Podemos aprender a reconocer un rescate. Rehúsate a rescatar. Rehúsate a permitir que la gente nos rescate. Tomemos responsabilidad por nosotros mismos, y dejemos que los demás hagan lo mismo.

jueves, 13 de junio de 2013

Quiero ...

Quiero vale cuatro

Quiero

Quiero un mediodía como este, y un sol como el que entra por la ventana.
Quiero un jueves como todos los jueves, como este jueves que no termino.
Quiero un buen libro para leer, y buena música en mis oídos. Quiero algo para escribir, como esto que escribo.
Quiero un café, y quiero que alguien me espere en casa.
Quiero una hija perro, y unos viejos como los míos. Quiero los hermanos que me tocaron, y los otros que me he conseguido.
Quiero una voz fuerte, y unos ojos que vean profundo aunque no vean lejos.
Quiero una mente embrollada pero potente. Y mi sonrisa fácil, pero nunca regalada.
Quiero motivos para obligarme a despertarme todas las mañanas.
Quiero mis miedos y mis problemas, para tener algo que afrontar.
Quiero mi pasado, que me trajo hasta acá, y quiero ver que pasa mañana.
Quiero mis defectos, muchos y variados, que me hacen de contrapeso para que no me suba a las nubes, y mis virtudes, pocas y dudosas, pero que me alcanzan como para que mi ego flote un poco de vez en cuando.
Quiero mis talentos, que tocaron por sorteo: muchos y pocos, buenos y malos, pero míos.
Quiero tener la capacidad de darles y compartirlos, con aquellos a los que les sirva. Y quiero a alguien les sirva, por lo menos a mí.

Quiero...

Mis deseos son órdenes.

viernes, 7 de junio de 2013

Inmutable

Discutimos. Por mensaje de texto. Que boludo, se puede pensar, que inmaduro. Tipo grande, de más de 30 años.

Si, es verdad. Me escudo atrás de lo escrito. Porque me es más fácil escribir que hablar. Cómo ahora.

Y discutimos feo. Sentí que ya no quería estar en esto. Que no me bancaba más la situación. Que era mejor que se terminara, antes de que termináramos teniéndonos bronca, u odio, o resentimiento. Todo eso. Pero igual estaba con la cabeza fría. Después de 10 minutos iniciales de bronca desatada, me guarecí en una actitud analítica inconmovible. Y así estuve todo el día. Y todo el día duró la discusión. Le expliqué que no le veía salida, que no estaba funcionando, y el me respondió pasando por muchos estados. Por tristeza, por súplica, por indignación, por bronca, confusión, y después nuevamente tristeza. Yo, inmutable, capeando los toreos, esquivándolos, refutando y argumentando. Iba a meter dos calzones y dos remeras en la mochila, y me iba a ir a casa de mis viejos hasta que los dos pudiéramos pensar bien en qué queríamos hacer.
Llegué a casa y el había ido a terapia. Saqué a la perra a pasear, volví, me senté en la cama, y , de pronto, lloré. Lloré sin parar, como no lloraba hace años. Lloré cada vez más fuerte, al principio sin siquiera saber por qué. Lloré hasta congestionarme. Lloré hasta entender.

Entendí que lloraba porque había sido fuerte mucho tiempo, y porque necesitaba que alguien me abrazara y me diera un beso. Lloré por miedo a que eso nunca pasara, a menos que yo huyera. Lloré porque no sabía de nadie que me pudiera abrazar como yo quería, y porque yo quería que él me abrazara, y nadie más. Lloré porque quería sentir que soy importante para él. No solo saberlo, sino sentirlo. Sentir que soy importante, no que simplemente soy necesario. Lloré porque sentí que hace mucho tiempo que nadie es cariñoso conmigo. Y me hace falta. Me hace mucha falta.

Lloré porque tengo miedo, y no me preocupa el miedo, porque soy fuerte, pero quiero que alguien me abrace y me diga que está bien tener miedo, que no hace falta que todo el tiempo sea fuerte.

Lloré. Por fin.

miércoles, 5 de junio de 2013

Triste de Aburrido

Triste de aburrido

Sin problemas (salvo los de siempre)
Sin preocupaciones (salvo las de siempre)
Sin objetivos
Sin voluntad
Sin energía
Sin ganas
Sincero

No hay nada que me despierte. Miro alrededor, y todo me da más o menos igual. En ese momento es cuando siempre aparece el video de niños pobres en la India que se ríen a carcajadas, o de un muchacho sin brazos ni piernas que te cuenta que es feliz a pesar de todo. Y se supone que eso debiera hacerme sentir agradecido por lo que tengo, y debiera salir a la calle saltando jubiloso porque resulta que soy un tipo con buen pasar, soy inteligente y bien parecido, y tengo todos mis brazos y piernas. Eso debiera alcanzarme para ser feliz.

Pero no me sirve. Porque al ver eso lo único que me surge es una envidia boluda, por saberlos más sabios y más sanos que yo, o una frustración debilitante, por no poder lograr lo mismo a pesar de mis extraordinarias inteligencia y lucidez.

Me enmascaro de sarcasmo y de cinismo, porque ser cínico y sarcástico es más interesante y menos vulnerable que simplemente mostrarme confundido y algo asustado.

Y me pregunto en que me equivoqué, qué podría haber hecho distinto. Caigo al instante en la certeza de que eso no importa, pasado pisado. Pero me encuentro estancado en el presente, sin saber qué hacer, sin saber cómo salgo de acá. Me repito constantemente "esto también pasará", y por un par de segundos funciona, pero las fórmulas mágicas no sirven a largo plazo. Y el largo plazo, mañana, poco me importa ahora, en esta hora que no pasa.

Es de puro aburrido, porque si hubiera algo alrededor que me mantuviera ocupado, con la cabeza encendida y la energía fluyendo, no estaría acá enroscándome hacia adentro.

La tercera taza de café no sirve. La música pretenciosa tampoco. Estar acá escribiendo no da muchos mejores resultados.

Esto también pasará
Esto también pasará
Esto también pasará


Esto también pasará?

-----Continuación
Pasaron 24 hs.
Esto también pasó.
:)