jueves, 30 de mayo de 2013

Risa

La risa es algo raro.

Nadie sabe por qué existe, ni hay un consenso filosófico de por qué algo es gracioso, o no lo es. Nos reímos por distintas cosas, hay gente que se ríe de los nervios, y hay incluso gente que se ríe en momentos trágicos, como velorios o accidentes.
Pero, dentro de los comportamientos humanos, es uno de los actos más instintivos y al mismo de los más elevados que somos capaces. Une, rompe, construye y destraba.

Un compañero de laburo se despertó un sábado a la mañana con parálisis facial periférica. No podía mover la mitad derecha de su cara. Fue al médico y no pudieron decirle por qué le estaba pasando eso. El genérico, vago e insuficiente diagnóstico fue que estaba pasando por un pico de stress.
No vino a trabajar por una semana, esperando que la parálisis remitiera, cosa que no pasó, hasta que se cansó de estar en la casa rumiando sobre algo que no tenía solución inmediata, y volvió a la oficina. Nos avisaron: "mañana vuelve Diego, dice que sigue igual, y que no puede hablar bien, así que no sean boludos y no se zarpen".
La situación no era tan grave como nos habíamos imaginado, pero igual la parálisis era visible cuando gesticulaba. Fue un martes raro, él un poco ensimismado, nosotros sin saber cómo responder frente a algo que veíamos, pero preferíamos eludir. A la tarde, Diego dice: "Che, me acabo de dar cuenta de que no puedo silbar", y hace intentos fallidos por silbar con una boca que no responde del todo. Y de a uno, nos empezamos a cagar de risa. Ponemos canciones para silbar, y nos amenaza con denunciarnos al INADI.
Y pasa. Se va la nube. Y hacemos jodas acerca de su risa torcida, y su mirada rara. Y del cerebro que no le anda. 

La risa cura? No sé, pero cuando hay risa, de alguna manera ya sabés que lo peor ya pasó, que el momento de ponerse serios, por ahora, ya pasó.

Me vienen a la mente momentos en que la risa vino como la paloma de Noé a anunciar que la tempestad había pasado.

Como cuando, poco después de la muerte de mi abuela, un día nos encontramos con mi vieja riéndonos del canto extraño que hacía mi abuela cuando el Alzheimer ya la había alcanzado, y de cómo te abrazaba cuando te encontraba en el patio. Y ahí, tuve certeza de que mi abuela seguía conmigo. Y de que mi vieja volvía a estar bien.

O recién, que corto el celular con el pelado, y se ríe, porque fue al oftalmólogo y alegremente le dijeron que "está todo bien, todos tus estudios dan perfecto", obviando el hecho de que ve nublado de un ojo. "Ajá, así que, más allá de que no veo de un ojo, está todo perfecto". Y le vuelve la risa de nene.

Me río, a veces más, a veces menos, a veces rebalsándome la garganta. No sé si podemos elegir cuándo, dónde y cómo reírnos, pero menos mal que nos reímos.

miércoles, 29 de mayo de 2013

Gripe

Y de repente, gripe.
Por año, me agarro más o menos 2 gripes: una cuando arranca el invierno, y otra cuando arranca el verano.
Empiezan con un ardor en la garganta bastante peculiar, que al cabo de unos días se convierte en malestar general, cansancio, y ganas de estar tirado todo el día. Si tomo algún antigripal a tiempo, zafo de la fiebre. Si no, subo hasta unos míseros 38 grados que apenas se sienten al tacto pero que me hacen sentir una piltrafa. No me enfermo casi nunca: estos momentos suelen ser las únicas licencias que se permite mi cuerpo para sentir algún tipo de malestar generalizado.
Son, también creo yo, quejas del cuerpo.

Y, por unos días, no me queda otra que andar a media marcha. Sigo acelerado (camino rápido, hablo rápido, me muevo rápido, eso no cambia mucho), pero pienso lento. Y pienso cansado. Todo es mucho, todo me cuesta, y ando con sueño. Me bajan la voluntad y las ganas, y también la paciencia. Las ideas ruedan pesadas y oxidadas, y el cuerpo me pesa. Avanzo poco, empujando debilmente las horas.

Se me va con el primer sueño sin despertador, con la primer mañana de sol en la cara, con una carcajada incontrolable, con una clase encendida, con una charla enérgica.

Ahí, se me despierta el espíritu, se me aviva la mente y se me aliviana el cuerpo. Hasta la próxima gripe.

martes, 21 de mayo de 2013

Tatuaje

Me tatué.

Mi primer tatuaje. Y es bastante grande. Pensé en algo que escribir al respecto, ya que, lógicamente, el acto de tatuarse debiera ser un hecho significativo en si mismo.

Lo cierto es que no. Para mí, es el derrotero lógico que tomó mi vida. El pelado me decía anoche: "cuando uno se hace un tatuaje, te lo hacés por algo, significa un cambio importante". Exacto. Nada más. Nada menos.

Un pájaro, una rama de ciruelo, y "Let It Be". El pájaro está en pleno vuelo, representa el desapego, la capacidad de volar, el estar liviano para poder despegar. "Let It Be" es solo eso, dejarlo ser, dejar que las cosas pasen. La rama de ciruelo, representa la casa de mis viejos, mi casa, donde hay un ciruelo que está desde antes de que nosotros llegáramos. Es una planta vieja, con el tronco podrido, que todos los años parece que se va a quebrar, o que apenar va a dar alguna ciruela. Y sin embargo, todos los septiembres florece, y todos los veranos mi vieja junta ciruelas y hace dulce de esa planta. Esa rama representa mi casa, y el hecho de que pueden pasar cosas buenas, aún cuando uno no tiene expectativas. Sobre todo cuando uno no tiene expectativas.
Solo eso.

Dolió un poco, pero tampoco fue tan terrible. Me lo banqué bien.

viernes, 17 de mayo de 2013

Albóndigas

Cociné albóndigas.

Viernes, salí del laburo, y tal vez hubiera tenido que ir a la facultad. Ya no estudio, ahora soy ayudante de cátedra, y hace un par de clases que no voy. Pero no tenía ganas, hacía frío, y quería estar en mi casa. Cocinar algo rico, que hace rato que no cocino algo medianamente casero. Así que cociné albóndigas, en tuco. Los iba a acompañar con tallarines, de los buenos. Y queso rallado, del fresco.

Ya pasaron las 11. Estoy solo en casa.

Tengo ganas de confiar. Tengo ganas de contar con alguien, en las buenas y en las malas. Quiero alguien que comparta mi alegría cuando estoy contento. Que le guste mi comida y me lo diga. Que disfrute conmigo. También quiero sentir que, cuando estoy mal, o cansado, alguien me espera en casa para hacerme sentir bien. Que me haga masajes cuando me duele la espalda. Y me dé una aspirina cuando me duela la cabeza. Que me dé un beso para calmarme, y me abrace con ganas y con fuerza.

Quiero hacer planes con alguien. Y que se entusiasme conmigo. Y que se encienda por sus propios planes, y me comparta su alegría y sus ganas. Y también me cuente sus problemas, para buscarle la vuelta, y quiero estar ahí cuando está laburando por resolverlos, y hacerle el aguante en su intento. Quiero alguien que intente, con toda el alma, aunque después falle. Pero quiero alguien que intente.

Quiero que me esperen con algo rico, como ahora yo estoy esperando, y me den un abrazo al llegar, como el que yo le hubiera dado. Quiero que alguien sepa que comida me gusta. Quiero que a alguien le importe si yo lo estoy esperando, y quiera llegar a casa para estar conmigo. Y que me avise si no puede llegar, y que le importe saber si yo lo estaba esperando.

Quiero que me cuiden. Un poco. No que me agobien, ni que hagan las cosas por mí, ni que me resuelvan la vida, ni que sepan que quiero y me lo den antes de que lo pida. Simplemente que me cuiden. Un poco.


Las albóndigas quedaron en la olla. Por suerte no hice hervir los fideos. El queso está en la heladera. Seguramente los comeremos mañana. Hoy no tengo hambre.

Escribir

Escribir, en realidad, lo hago por mí.
Para mí.
Desde mí y hacia mí.

A veces, alguien se asoma, y lee lo que escribo. Otras veces escribo algo, sabiendo que tengo el plan de enviárselo a alguien cuando lo termine. A veces llega de rebote, a ojos que no conozco. A veces yo soy el único que lee lo que escribo. Y está bien. En todos los casos, está bien.

Pero, fundamentalmente, hoy por hoy escribo para mí.
Escribo porque, escribiendo, me desenredo. El texto es textil, es tela. Y en su urdiembre, el ovillo de hilo se hace paño, siguiendo un patrón. Pasa la fibra de ser línea a ser superficie, ganando una dimensión.
Es más o menos lo que escribir hace por mí. Tomo mi hilo de pensamiento, y tiro. Destejo algo adentro, lo desenmaraño, lo vuelvo a convertir en algo concreto afuera, donde lo puedo ver y volver a verlo, tiempo después.

Y esa sería, tal vez, su función final. Escribo textos como cartas enviadas a quien voy a ser yo mañana. Me envió mensajes a mí mismo dentro de unos días, para decirme cosas que la persona que soy hoy le quiere recordar a la persona que seré después, para que no se olvide, para que no se pierda, para que el que seré pueda verse con otro humor en un espejo que atrasa.

Al leer lo que escribí ayer, veo un yo más estúpido o más confundido, a veces más lúcido que el que soy hoy. Otras veces me descubro verdades que ayer no sabía que tenía ya a la mano. A veces leyéndome me reconozco, y descubro que quiero mucho a ese tipo que fui, que lo entiendo mejor que lo que él se entendía a sí mismo, y le perdono los errores, y le agradezco haberme traído hasta acá. Le doy la mano, le doy el abrazo que le hizo falta y no tuvo, y le deseo buen viaje. A ese tipo que fui, le prometo que lo voy a llevar a un lugar mejor, y que lo voy a cuidar, y le juro que voy a tratar de no ser tan severo ni tan exigente con él.

Y escribo otra hoja en esta carta, para que el que voy a ser mañana no se olvide de todo esto.

Abrazo Grande, mañana nos vemos.

miércoles, 15 de mayo de 2013

Hijita

Habíamos estado pensando en que queríamos adoptar. No teníamos claro cuando, pero sabíamos que eventualmente iba a pasar.

Un día, boludeando, nos salió que se iba a llamar Pomarola. No sé ni por qué: surgió el nombre de la nada, y nos reímos mucho pensándolo. Pero el nombre quedó dando vueltas, y lo repetíamos seguido: iba a ser nuestra hijita Pomarola. Incluso les contábamos a nuestros amigos que íbamos a tener una nena que se iba a llamar Pomarola. Un 15 de Febrero, el Pelado cayó con un perro de peluche, diciendo "esta es Pomarola, traigo esta de modelo hasta que venga de la verdad".
Y teníamos el peluche de Pomarola en la mesa de la cocina, y jugábamos imaginándonos cómo iba a ser Pomarola. El peluche no era uno de esos cualquiera que venden en las jugueterías, con cara de nada. Tenía una sonrisa que contagiaba, y te miraba de frente de una forma particular, con la cabeza inclinada como preguntándote cómo estabas. Nos imaginábamos así a la nena, contenta y perceptiva.

Un día, no sé bien ni por qué, decidí que era momento de que llegara Pomarola. Pensé en las características que tenía que tener Pomarola: tenía que ser chica pero no tanto, linda e hipoalergénica. Tenía que ser simpática, y bancarse espacios chicos. Al pelado le gustaban los perritos bigotudos, como un personaje de La Dama y El Vagabundo. Averigüé, y me enteré que eso que estábamos buscando tenía un nombre tan impronunciable como Zwergschnauzer, o Schanuzer Miniatura (en castellano). Busqué en MercadoLibre y encontré un criadero en Villa Ballester que me gustó.

Fui un fin de semana. Eran 5 cachorritos en la camada. Apenas si habían abierto los ojitos, algunos todavía tenían los parpados medio pegados. Eran ratitas negras, con la colita cortada, que andaban medio arrastrándose, bamboleando la cabeza porque todavía no tenían fuerza para mantenerla firme. Cuatro de los cachorritos estaban amontonados, subidos unos arribas de los otros. Y había otra apartada, como perdidita. La levanté en una mano, tambaleante como estaba, y la puse frente a mí cara. Levantó un poquito la cabeza, y me miró a los ojos, con atención, un instante, y después se acostó en la palma de mi mano. La elegí. La chica que los criaba me preguntó cómo se iba a llamar, le dije que se iba a llamar Pomarola. Ella se rio, me dijo que el nombre le encantaba, y así la anotó. Ella le dice la Bella Pomarola.
Me fui, tenían que llegar a los dos meses para que me la pudiera llevar a casa. Habían nacido el 15 de Mayo del 2011.

Volví después, el 10 de Julio, cuando cumplíamos 3 años de conocernos con el Pelado. Era sábado, y yo acababa de volver de Santiago de Chile, de un viaje de laburo. Me levanté temprano, y me tomé un tren a Villa Ballester. Era pleno invierno, y estaba fresco, pero también había sol, así que no hacía un frío insoportable. Llegué, y estaban bañando a Pomarola. Había pasado de ser una ratita tambaleante, a ser una bola desordenada de pelos, que no paraba de moverse. La criadora la secó con el secador de pelo, mientras la gorda intentaba morder el aire caliente. Le puso una cinta rosada, y me la dio. Me entraba en una mano. La cara no tenía forma. Toda en ella no tenía forma, era una pelota de pelusa desprolija y movediza. Era la cosa más hermosa que había visto en mi vida. Me entraba en una mano. Con las dos manos, la cubría por completo.
La llevé adentro de la campera, hecha un bollito. Se quedó acuchada ahí adentro, sacando la cabeza para mirar todo alrededor. En el tren, la saqué de adentro de la campera y la puse en mi falda. Jugó con mis dedos hasta que se aburrió y se hecho una siestita sobre mis piernas.

Llegué a casa, con la gorda hecha un bollito en mis manos, con las dos patitas de adelante balconeando sobre mis dedos, mirando todo. Le había dicho al Pelado que había ido a buscar un regalo, pero salí muy temprano, cuando él todavía estaba durmiendo, así que no sabía cuánto tiempo había estado afuera. Entré y le dije: "Mirá Pomarola, este es Papá". En la cara del Pelado había tal impacto y mezcla de emociones como no le he visto nunca. Y cambió todo. Éramos 3.

La gordita cumple hoy 2 años. Feliz Cumpleaños Hijita.

martes, 14 de mayo de 2013

Sound of Music (2)

Arranque el taller de Sound Of Music un poco como forma de auto-terapia.
A principio de año, había conseguido el libro de Melody Beattie que vengo mencionando un par de veces, y me estaban cayendo unas cuantas fichas bastante importantes. Fichas de las grandes. En una parte del libro dice:

"Como codependientes, necesitamos aprender a jugar y a disfrutar. Disponernos para divertirnos y permitirnos hacerlo es una parte importante de cuidar de nosotros mismos. Nos ayuda a mantenernos sanos. Nos ayuda a trabajar mejor. Equilibra nuestra vida. Merecemos divertirnos. La diversión es una parte normal de estar vivos. Divertirnos es tomarnos tiempo para celebrar que estamos vivos."

Bien, procesando...
Procesando...
Procesando...


Cuando pienso en las etapas de mi vida en que más equilibrado me he sentido, siempre están relacionadas con momentos en los que estaba haciendo un taller de algo. Algo relacionado con el Arte. Algo que no fuera una obligación, simplemente un momento aislado del mundo, donde me juntaba con otra gente a hacer Arte de algún tipo, de forma muy amateur la mayoría de las veces, simplemente dejándome ser.

Así, pasé por un coro, por un taller literario, y por unos cuantos talleres de teatro. Algunos de estos fueron grupos transicionales para mí, me transformaron, y representaron un antes y un después en mi historia. Me ayudaron a atravesar etapas de mi vida y a crecer.
Ahora, en este momento, en este 2013 que ya arrancaba con expectativas de ser una viaje arduo, necesitaba justamente eso. Algo no estaba bien conmigo, y con la forma que yo estaba tomándome la vida, y necesitaba trascenderlo, superarlo. Necesitaba cambiar.

Con dudas, y sabiendo que estaba la posibilidad de que esto no funcionara, me anoté en este grupo. Ya en un post anterior conté un poco la impresión que me había llevado de este grupo cuando los había ido a ver en su muestra a fines del 2012. Me había quedado con la sensación de que debía estar bueno hacer eso que ellos hacían, trabajar de la manera en que (yo intuía) ellos trabajaban.

Y arranqué. Y, de alguna manera, era lo que me hacía falta. De pronto, me sentí empujado. Empujado a tener confianza, a estar expuesto, a ser creativo sin miedo a fallas ni ridículo. Sin importar la experiencia que tuviera, ni la falta de experiencia. Y eso, me doy cuenta, me está abriendo un boquete, una ventana, por la cual me voy expandiendo.

Me encuentro presionado a cantar solo, desnudo en mi voz, con mi forma y mi color, y dejarme ser de esa manera como expresión genuina de mí mismo.

Me descubro, tal vez por primera vez en mi vida, disfrutando de la actuación. Hice teatro mucho tiempo, pero siempre lo sufrí un poco. Me fascina el proceso del Teatro en sí mismo, pero siempre me sentía rígido al momento de hacer una escena: sentía que había algo que no se soltaba y que no funcionaba ni transmitía. Cuando tuve que volver a representar una escena en este grupo, después de mucho tiempo de no hacer nada, descubrí sorprendido que eso que siempre me había bloqueado se había quebrado. No sé cómo ni cuándo, pero ya no estaba: lo que hago fluye y transmite, y me sorprendo gratamente de ver que eso pasa.

Siempre fui bastante torpe y descoordinado, pero ahora esto requiere que yo baile, y resulta que lo disfruto, y que (al parecer) lo hago bien. Me encuentro viendo que esto, que nunca había hecho antes en mi vida, se me da bastante bien.

Pero no es todo. Esto brota porque fue sembrado en el terreno adecuado. Ya les dije lo talentosa que es esta gente?
Hay una energía que te atraviesa y te levanta. Como si nada, una chica pasa al frente y canta "Tiny Dancer" de una forma que te conmueve, y se sienta diciendo "me salió horrible". Otra chica que apenas tiene 16 años danza con una belleza y una concentración prodigiosas. Un estudiante de psicología consigue reventarte de risa con solo alzar una ceja, en el momento exacto, con una intuición teatral que te deja pasmado. Y estas son apenas pinceladas, dentro de un mural mucho más grande de talentos crudos pero potencialmente enormes. Encauzados por tres grandes minas, minas jóvenes y hermosas en su persona, que saben empujarte hacia tu centro, para expandirte.

Creo que era lo que me estaba siendo falta. El Universo provee.

lunes, 13 de mayo de 2013

Témpera

Relajarse.
Y Soltar.

He gastado mucha energía en intentar cambiar a la gente.

Cuando estaba en tercer año de la facultad hice un curso de Comunicación Interpersonal. Muy bueno, me cambió la cabeza.
Básicamente, lo que entendías es que a través de la comunicación podías influir en las personas. Y que la forma en que las personas reaccionaban dependía de la manera en que vos te comunicabas.
Para mí, un pibe que en ese momento tendría unos 21 años, bastante inteligente, pero con capacidades sociales muy limitadas, era una ventana al mundo. De pronto, eso que tanto me costaba y que me era incomprensible, se me ofrecía en un modelo teórico que podía analizar y aplicar. Esto de relacionarme con el resto de los humanos dejaba de ser un galimatías que me torturaba y me frustraba,  para convertirse en algo que podía ser graficado, comprendido y puesto en práctica.
Y me hice bueno en eso. Podía aplicar sin pensarlo los principios de anclaje y PNL, empatía y escucha activa. De hecho, vi que podía influir en las personas, y que me salía bastante bien.

Me llevó 10 años darme cuenta de que no servía tanto como yo pensaba, y de todo lo que me faltaba. De que tratar de cambiar a la gente no era bueno para mí, no era bueno para los demás, no era bueno para nadie.

Básicamente, porque cada persona es un universo, que tiene su propio ciclo, sus propios procesos, y no hay mucho que se pueda hacer desde afuera. Y, necesariamente, esos procesos no deben tocarse.
Aprender a comunicarse es bueno, y agradezco haberlo aprehendido. Sirve, fundamentalmente, para poder decir lo que uno quiere decir de la mejor manera posible, y que el otro reciba de nosotros aquello que nosotros queremos darle, sin ruidos, sin confusiones ni equívocos, o con la menor cantidad de ruido, confusión y equívocos posible.

Pero, una vez que el otro recibe lo que yo le di, está en él hacer lo que él quiera con eso.

Mi razonamiento puede ser lógico y claro, pero la otra persona tiene su propia forma de pensar.
Mi consejo puede ser razonable, pero la experiencia no es transferible: cada uno tiene que mandarse sus propias cagadas y aprender a limpiarlas o a vivir con ellas. Y los errores de los demás nunca van a ser iguales que los míos, así que tampoco se van a arreglar de la misma manera.

Y yo no sé qué es lo mejor para los demás. Nunca lo voy a saber, y no puedo pretender saberlo. Apenas si puedo hacer el intento de saber que es lo mejor para mí, y me va a llevar toda la vida averiguarlo (si creen en la reencarnación, de hecho me va a llevar unas cuantas vidas llegar a saberlo :S).

Y tengo mis problemas, que solamente yo puedo resolver, y los demás tienen los suyos, y solamente ellos pueden resolverlos. Pedir ayuda es una forma de resolver problemas, pero dar ayuda sin que te lo pidan, no. Y resolver los propios problemas es la única forma de aprender algo que valga la pena en esta vida, así que: quien soy yo para quitarles esa oportunidad a los demás? Entonces, si esto es tan claro, nada justifica descuidar mi vida para arreglar la vida de los demás: no es bueno para mí, no es bueno para los demás, simplemente no es bueno...

Qué me queda?
Ser yo.


Soy quien soy, y en el camino me cruzo con vos. Y de algunas personas me voy a llevar algo, y a algunas les voy a dejar algo mío. Pero intercambiamos témpera. Yo te dejo mi color, para que vos pintes tu propio cuadro. Y vos me dejás tu color. Entonces, el mural de nuestras vidas es más rico, porque suma más colores. Pero cada uno usas sus propios pinceles. Y yo no puedo pintar por vos. No puedo decirte que pintar, ni cómo. Te dejo mi témpera, para que vos la incorpores a tu paleta, y hagas con eso lo que quieras. Aunque tal vez ni siquiera la uses.

Eso (creo entender) es el desapego.
Te doy lo que me sale, desde quien soy. Y dejo que vos hagas con eso lo que vos quieras.
Y me alimento meramente del acto de dar: en eso se completa el hecho de cruzarse con alguien en el camino. Si pude darte lo que tenía para dar, con eso alcanza, no hace falta nada más. Si después algo vuelve, bienvenido sea: regalo del universo, del destino, o del azar, o de Dios (si crees en Él).

Y ya está.
Ahí estoy buscando hoy por hoy algo de paz.
Es el aprendizaje más complicado que he emprendido en mi vida, así que no me voy a sentir mal si repruebo un par de veces.
Si eso pasa, intentaré seguir intentando.
Si eso pasa, seguiré intentando seguir.

Dejar que el otro sea quien es. Está bien así como está.
Dejarme ser quien soy. Estoy bien así.

miércoles, 8 de mayo de 2013

Panchos con snacks y omelette de salchichas

"Tengo diarrea, me duele la panza, me duele la cabeza, tuve fiebre y no voy a ir a terapia".
Ok. Todo eso?

Mi traducción es: "no tengo ganas, así que no voy". Lo cual está bien, no es tema mío. No me jode.

Pero, de nuevo aparece la excusa. Convivo con la excusa. Todas las razones pueden ser ciertas, seguramente lo sean. Pero cuando alguien, sin que nadie se lo pida, necesita enumerar todas las razones de por las cuales hace o deja de hacer algo, son justificaciones. Son pruebas en juicio, expuestas por un abogado sin título, frente a un juez sin tribunal, para defenderse de una acusación que nadie emitió.
Son argumentos que sirven para darle otra definición a lo que, en principio, sería meramente falta de voluntad. Como si la falta de voluntad fuera un delito. Como si yo no supiera reconocer la falta de voluntad, por maquillada que esté.

Entonces, por un momento, por un minuto, por sesenta segundo, me permito estar cansado de la excusa. No de la falta de voluntad, si de la excusa. Cansado de que las excusas hagan falta, cuando, con un poco de autoconfianza, nos permitiríamos simplemente reconocer las cosas como son, y no harían falta tantos argumentos. Me permito a mí mismo 60 segundos de cara de orto. No digo nada, no acoto nada, simplemente me permito tener la cara que me sale, me permito por esta vez no dibujar el gesto que se supone que tendría que tener.

Y el abogado defensor, el que me enumera sus argumentos, se levanta ofendido en el estrado. Mágicamente, paso de ser juez a ser culpable, a ser victimario. Mi cara de culo es una ofensa imperdonable, es una falta grave que merece castigo y condena.

What? De qué me perdí?

Con respecto a este incidente, me diagnostican de "obsesivo", a la distancia. El psicologo del pelado le dice que considera que yo soy un poco obsesivo, porque yo "espero que él haga todo dentro de mis estructuras, y me pongo mal si él hace algo distinto a lo que a mí me parece".

Bien.

Debe ser que hincharse las huevos es ser obsesivo.
Todavía nadie me dijo que es lo que supuestamente tendría que hacer. Pero, por lo pronto, parece ser que poner la cara que me sale no es lo correcto, no está bien.

En fin, después del dolor de panza, el dolor de cabeza, la diarrea y la fiebre, nos comemos dos panchos con snacks y omelette de salchichas, y la noche sigue en paz. Mañana será otro día.

lunes, 6 de mayo de 2013

Mañana de Lunes

Podría intentar cambiar el mundo, o solucionarme mi vida o la de alguien más, en el tiempo que falte hasta que vuelva a sonar mi interno.
Podría meterme en los problemas de otra persona e intentar resolvérselos sin su consentimiento, hasta que me llegue un mail con algún problema real.
O reavivar problemas viejos, de esos que ya se disolvieron en el olvido y que ya a nadie le importan. O recorrer diarios y enterarme de lo que le pasa al mundo. O revisar por enésima vez el Facebook, creyendo que eso es la vida real.
O podría buscar algo constructivo para hacer, como aprenderme una canción o traducir a un filósofo japonés. O hacer números y ver cuanta plata me haría falta este mes para poder estar holgado. O hacerme otra taza de café.
O, como ahora escribir acerca de lo aburrido que es estar aburrido. Necesito mi cuota de stress positivo de hoy.
Me voy a hacer otro café.

domingo, 5 de mayo de 2013

Sound of Music

Son pendejos. No es despectivo: son pendejos en el mejor sentido de la palabra, son descaradamente jóvenes.
Van a un taller de comedia  musical en Barrio Norte, con lo cual una podría suponer (y con razón) que tienen apellidos de los influyentes y han ido a escuelas de las caras. Pero eso se queda penosamente corto a la hora de definirlo.
Son crudamente talentosos. Tremenda y potencialmente talentosos. Bellamente singulares.

Los fui a ver a fin del año pasado, por una de esas invitaciones que te llegan al Facebook. Conocía vagamente a una de las profesoras, y la propuesta de lo que habían preparado era interesante: habían tomado la película Reality Bytes y la habían adaptado a teatro, musicalizándola con canciones de los '90.

Ajá! Un taller de comedia musical que además tiene onda, pensé.

La Comedia Musical más comercial (no toda, pero en muchos casos) peca de estereotipada. Llegar a ser actor de comedia musical implica un laburo gigantesco: son artistas que tienen que perfeccionarse en canto, baile y actuación, y ser buenos en todo eso. Ya por separado, cada una de esas disciplinas lleva años de estudios para ser dominadas, lleva mucho esfuerzo y constancia llegar a ser bueno. Pero, en algún momento, y vaya uno saber por qué, muchos artistas de musical se convierten en intercambiables. Son muy buenos todos ellos en lo que hacen: son afinados y llegan a las notas indicadas con una colocación perfecta; actúan correctamente sus líneas con la soltura señalada; siguen uniformemente las coreografías con exactitud rítmica. Pero, muchas veces, no son particulares. No son todo lo diferentes como artistas que podrían ser. Tal vez se deba al enorme ego de los directores, que buscan meros intérpretes de sus ideas, y que lo que se destaque sea su dirección, siendo el actor sólo otro elemento más de su visión general, al mismo nivel que la música o la escenografía. Vaya uno a saber, estos son solo supuestos míos.

Estos pendejos, que rondan los 20 años y en algunos casos ni siquiera llegan, despliegan un talento muy fuerte y muy crudo, pero, antes que nada, relucen de individualidad. Cada uno, y todos ellos, tienen un color propio muy nítido y definido, a veces inesperado, a veces indomable.
Nadie les dijo que las cosas tenían que ser solamente de una manera. No los opacaron de técnica ni de dogma. No se cruzaron aún (y ojalá no lo hagan nunca) con ningún director que les dijera que deben adaptarse.
Se encontraron con tres chicas (las directoras de este lugar), que tienen muy claro lo valioso de lo singular, de lo peculiar. Que no buscan uniformarlos, sino que laburan para realzar lo distinto. Los quieren expansivos y raros, los quieren personales, distinguibles, y profundamente humanos.

Hay crudeza y descontrol en coro con la delicadeza y la prolijidad; lo conmovedor y lo profundo crean un acorde con el desparpajo y la extroversión; todo junto, armando un rompecabezas que se puede armar por que ellos son las piezas, y ningunos otros.

Y bueno, me anoté en este grupo, y arranqué en Marzo. De a poco estoy siendo parte de esto, no pareciéndome, y tampoco encajando. Pero creo que en esto, la única manera de encajar es no encajando. Capaz que la forma de aportar algo a este grupo, ya de por si tan rico, sea trayendo algo que no esté. Veamos como va...