miércoles, 29 de mayo de 2013

Gripe

Y de repente, gripe.
Por año, me agarro más o menos 2 gripes: una cuando arranca el invierno, y otra cuando arranca el verano.
Empiezan con un ardor en la garganta bastante peculiar, que al cabo de unos días se convierte en malestar general, cansancio, y ganas de estar tirado todo el día. Si tomo algún antigripal a tiempo, zafo de la fiebre. Si no, subo hasta unos míseros 38 grados que apenas se sienten al tacto pero que me hacen sentir una piltrafa. No me enfermo casi nunca: estos momentos suelen ser las únicas licencias que se permite mi cuerpo para sentir algún tipo de malestar generalizado.
Son, también creo yo, quejas del cuerpo.

Y, por unos días, no me queda otra que andar a media marcha. Sigo acelerado (camino rápido, hablo rápido, me muevo rápido, eso no cambia mucho), pero pienso lento. Y pienso cansado. Todo es mucho, todo me cuesta, y ando con sueño. Me bajan la voluntad y las ganas, y también la paciencia. Las ideas ruedan pesadas y oxidadas, y el cuerpo me pesa. Avanzo poco, empujando debilmente las horas.

Se me va con el primer sueño sin despertador, con la primer mañana de sol en la cara, con una carcajada incontrolable, con una clase encendida, con una charla enérgica.

Ahí, se me despierta el espíritu, se me aviva la mente y se me aliviana el cuerpo. Hasta la próxima gripe.

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