jueves, 29 de agosto de 2013

Lima - Día 16 (del Cumpleaños de Maritere, y Todo Lo Que Pasó Hasta Acá)

Última noche en Lima. Por esta vez.

Acá en la oficina de Lima, al terminar el día, le festejamos el cumpleaños a Maritere, la administrativa de la sucursal de Perú. Trajeron un globo, torta con velitas, firmamos una tarjeta, y le cantamos Las Mañanitas, el Happy Birthday y el Feliz Cumpleaños (por lo que vi, acá en Perú cantan todo junto). Yo, cantando a los gritos, como siempre. Después, cada uno le dedicó a Maritere unas palabras, y ella se emocionó y nos agradeció. Yo le agradecí ser la persona que se ocupó de mí en mi estadía en Lima, y darme la tranquilidad de saber que en cualquier momento podía llamarla y contar con su auxilio.

Fue lindo. Fui parte.

Antes de viajar, alguien me dijo "viajar es lo mejor que te puede pasar!". Yo pensé "está en pedo".
Para mí, viajar por trabajo significaba un paréntesis en mi vida. Estar en otro lado mientras mi mundo seguía su curso en Buenos Aires. Era dejar mi vida de todos los dias en suspenso mientras me hacía cargo de responsabilidades que no quería pero que tenía que asumir.

Y lo cierto, es que acá también tuve vida. Acá también pasaron cosas.

Tardé en llegar: el alma me llegó a Perú unos días después de haber bajado del avión, como un equipaje que se me hubiera perdido en el aeropuerto.
Cuando llegó, cuando estuve acá completo, las cosas empezaron a sucederme (las cosas sucedían de todas maneras, pero no me sucedían a mí: me pasaban de largo).

Me encontré con María, que me contó su historia de Angelito y sus batallas de madre, y entendí que si hay por ahí almas tan bellas como esa, uno nunca está realmente solo.

Estuve en el cumpleaños de un ecuatoriano con su novia y sus amigos colombianos, y me encontré ante lo insólito de matarme de risa entre extraños y con extraños. Sentí que uno no es tan extranjero en ningún lado, si vas con la cabeza abierta.

Tuve charlas interesantes con compañeros con los que laburo hace año sin nunca tener una conversación personal, y vi que ellos también sufren estar lejos, y extrañan como extraño yo. A ellos también les cuesta aceptarse como peones de una partida en la que de pronto un enroque te hace cruzar el tablero y te deja lejos de casa.

Pude hablar con mi jefe, y escuchándolo sin juzgarlo, me di cuenta de que en el fondo no es mal tipo, y que yo también puedo estar muy equivocado en lo que pienso de él,

Caminé por los lugares que conocía y los redescubrí. Caminé por calles que no conocía y gané terreno.

Fume solo y a oscuras mirando el mar de lejos, y de estar callado y solo finalmente me pude escuchar un par de verdades.

Y de tanto mirar de lejos y extrañar, gané perspectiva, y casi pude ver el cuadro de mis días de lejos y apreciar el aspecto general.

Qué se yo, nada en limpio. Pero algo se movió. Y eso tal vez sea bueno, porque me sentía estancado.

Si, se extraña, y mucho.
Si, cuesta, y mucho.
Pero estar lejos puede tener sus cosas buenas.
Y puede ser que, en determinados momentos, viajar sea lo mejor que me puede pasar.

lunes, 26 de agosto de 2013

Lima - Día 13 (de Vivir Como un Cactus)

Hoy me pasó algo trascendente. Hoy me encontré con un par de videos. Publicados en Facebook.

(Leo esto desde afuera, y pienso "si lo trascendente que le pasa en la vida a este pibe es ver un video compartido en Facebook, su vida debe ser tan apasionante como la de un cactus". Ya voy a llegar a este punto.)

El primer video, por la mañana, fue el video de Neil Hilborn. Neil es un poeta de unos 25 años, con Trastorno Obsesivo Compulsivo, que fue filmado durante la final de un concurso de poesías en algún lugar de Minnesota. Es un poema de amor, dónde cuenta, sin saltear ninguno de sus tics, como se enamoró de una chica, y como la perdió, cuando ella no pudo sobrellevar el hecho de convivir con alguien en su condición:

"La primera vez que la vi…
Todo en mi cabeza se silenció
Todos los ticks, las imágenes constantes desaparecieron.

Sabía que debía hablar con ella

La invité a salir seis veces en treinta segundos.
Ella dijo que sí después de la tercera,
pero ninguna de las veces que pregunté se sintió bien así que tenía que seguir haciéndolo.
En nuestra primera cita,
pasé más tiempo organizando mi comida por colores de lo que pasé comiéndola o hablando con ella.
Pero le encantó.
Le encantaba que tuviera que besarla para despedirme 16 veces, o 24 si era miércoles.
Le encantaba que me tomaba todo el tiempo caminar hacia casa porque había muchas grietas en la banqueta.

Cuando nos mudamos juntos ella dijo que se sentía segura,

como si nadie nos fuera a robar porque definitivamente había cerrado la puerta 18 veces.
Yo siempre veía su boca cuando hablaba–
Cuando hablaba–
Cuando hablaba–
Cuando hablaba–
Cuando hablaba;

Cuando me dijo que me amaba, su boca se curveaba hacia arriba en los bordes.

En la noche ella se acostaba en la cama y me veía apagar todas las luces, y prenderlas, y apagarlas, y prenderlas, y apagarlas, y prenderlas, y apagarlas, y prenderlas, y apagarlas, y prenderlas, y apagarlas, y prenderlas, y apagarlas, y prenderlas, y apagarlas, y prenderlas, y apagarlas, y prenderlas, y apagarlas, y prenderlas, y apagarlas.
Ella cerraba los ojos y se imaginaba que los días y las noches pasaban frente a ella.

Algunas mañanas empezaba a besarla para despedirme y ella sólo se iba porque estaba haciéndola llegar tarde al trabajo.

Cuando me detenía en las grietas de la banqueta ella seguía caminando.
Cuando me decía que me amaba su boca era una línea recta.

Me dijo que estaba tomando mucho de su tiempo.

La semana pasada empezó a dormir en casa de su madre.
Me dijo que nunca debió dejarme apegarme tanto a ella; que todo esto fue un error,
pero… ¡¿Cómo podría ser un error que no tenga que lavarme las manos después de tocarla?!

El amor no es un error y me está matando que ella pueda salirse de esto y yo no.

No puedo–
No puedo salir y encontrar a alguien nuevo porque siempre pienso en ella.

Usualmente, cuando me obsesiono con algo, veo gérmenes escabulléndose en mi piel.

Me veo a mí mismo siendo atropellado por una infinita línea de coches.
Y ella fue la primera cosa hermosa en la que alguna vez me he estancado.

Ahora sólo pienso en quién más está besándola.

No puedo respirar porque él sólo la besa una vez­– ¡No le importa si es perfecto!
La quiero de regreso tanto que…
Dejo la puerta sin cerrar.
Dejo las luces prendidas”.

http://www.youtube.com/watch?v=lFEjP-uEIyU

El segundo, es un video sobre Carly Fleischmann, una chica de 14 años, de Toronto. Ella es autista. Pasó  toda su infancia aislada en su mundo, sin poder comunicarse. A pesar de las miles de horas de terapia que sus padres le procuraban, no se observaba una evolución. Hasta que a los 11 años la sentaron frente a una computadora, y empezó a escribir. Eso fue un avance extraordinario para ella, ya que finalmente empezó a comunicarse con alguien más, aunque le llevó varios meses llegar a hacerlo fluidamente:

"Tú no sabes lo que se siente ser yo, cuando no te puedes sentar quieta porque sientes que tus piernas se están quemando, o sientes 100 hormigas trepando por tus brazos. La gente me ve y asumen que soy tonta, porque no puedo hablar. Qué quiero? quiero ser como cualquier otro niño, pero no puedo, porque soy Carly. Tengo Autismo, pero eso no es quién soy. Tomate el tiempo de conocerme antes de juzgarme. Soy linda, graciosa, y me gusta divertirme.

Golpeo mi cabeza porque si no lo hago siento que mi cuerpo va a explotar. Es como cuando agitas una lata de Coca Cola. Si pudiera pararlo, lo haría, pero no es como bajar un interruptor. Es una forma que tenemos de drenar todo lo que entra por nuestros sentidos que nos sobrecarga todo el tiempo, creamos emisiones para bloquear todo lo que entra. Nuestros cerebros están cableados de forma diferente, absorbemos muchos sonidos y conversaciones a la vez, veo cerca de mil fotos de la cara de una persona cuando la veo. Por eso nos es tan difícil ver a alguien a la cara.
"

http://www.youtube.com/watch?v=-TMOcoaxmeM


Fue fuerte ver eso. Reconocía esa angustia ante la incapacidad de vincularse con los demás, y la lucha por afrontarlo, de alguna manera, de la que fuera.

Los vi a ellos, cargando con sus tragedias, pudiendo hacer muy poco para resolverlas, y me vi a mismo mirando videos en Facebook. Conmoviéndome por esos videos como pocas veces me conmuevo por algo en la vida real. Sintiéndome identificado con eso, y también siendo consciente de lo estúpida que es esa identificación: ellos están encerrados, no pueden salir; yo estoy encerrado, pero yo cierro mi propia puerta.

Me reconocí estúpido, me reconocí escudado y aislado como si hubiera un miedo dando vueltas. No entendí miedo a qué.
Me reconocí expectante, como esperando algo. No entendí esperando qué.

Esperando qué?
Que llegue qué?
Que llegue quién?
Esperando a aprender qué?
Esperando a saber qué?
Esperando a entender qué?
Con miedo a que pase qué?
Con miedo a quién?

A nada.
A nada...

Quejándome de todo lo quejable, lamentándome de todo lo lamentable, añorando lo que me falta aun sabiendo conscientemente que nacemos, vivimos y morimos incompletos, y así está bien.
Mi vida está allá afuera, y yo esperando nada, con miedo a la nada, acá sentado y encerrado, mirando videos por internet.

Voy a salir, hasta luego.
(Pero voy a salir de adentro mío, y no tengo intenciones de volver: allá afuera está muy bueno)

martes, 20 de agosto de 2013

Lima - Día 8 (de la Bronca que me Producen Ciertos Prejuicios)

El prejuicio me deja un sabor particularmente feo.

No voy a rasgarme las vestiduras ni bañarme en moralina acerca de esto: cargo con mis propios prejuicios, y algunos los reconozco y otros no. Algunos los controlo, y otros no. En todos los casos, trato de escaparles. Cuando me encuentro con prejuicios propios, los reviso, me fijo que  alcance tienen, y trato de convencerme de que es estúpido hacer juicios previos.

Porque el prejuicio es justamente eso: hacer un juicio previo. Previo a qué? Previo a la realidad.

Creo que naturalmente formamos prejuicios. Cuando no conocemos algo (o a alguien), necesitamos hacer encajar eso desconocido en nuestro estrechísimo esquema mental. Necesitamos clasificar, etiquetar, compartimentar y asignar características en consecuencia. Pasa, aunque no queramos, sin que nos demos cuenta la mayoría de las veces.

Lo jodido es no revisarlo. Lo jodido es no exponer nuestros prejuicios a la prueba y el error. Dictar sentencia (a favor o en contra), sin exponer los cargos a las evidencias de la realidad.

Ahí nos volvemos necios. Nos aferramos tercamente a nuestra posición, y proclamamos a los cuatro vientos que la realidad está equivocada, porque no coincide con lo que (bien nosotros sabemos) es la verdad.
Cuando tomamos esa postura, es más importante tener la razón que todo lo demás. Y ese "todo lo demás", incluye invariablemente a la otra persona. Nos convertimos, básicamente, en soretes.

En la oficina de Lima, a donde vine a trabajar estas semanas, tengo un compañero que se llama Jaime. Es un tipo buenísimo, como no conozco muchos. Siempre está de buen humor, siempre está para ayudarte, y le sobra voluntad. Eso describiéndolo como persona: como laburante, es un tipo sumamente trabajador que le gusta mucho lo que hace, y no parece molestarle lo más mínimo quedarse hasta las 11 de la noche trabajando, o terminar algo un domingo. Tiene además un conocimiento técnico muy importante, es perseverante para buscar soluciones, y se puede hacer cargo de varias cosas al mismo tiempo.
Digo esto siendo que trabajo con él, en persona o a la distancia, desde hace 4 años. Reconozco, con la mayor objetividad de la que soy capaz, que es mejor consultor que yo (no lo digo con falsa modestia: no soy modesto en absoluto, pero reconozco mis falencias y son bastante más que la de Jaime).

Sin embargo, nuestro jefe, por los motivos que fueran, no piensa lo mismo. Sospecho (puedo estar equivocado) que tiene que ver con que Jaime es peruano y yo soy argentino. O que yo soy más inestable, y eso le debe hacer suponer que yo tengo carácter y él no. Realmente no sé qué es. Pero tengo la certeza de que las anteojeras de nuestro jefe no le permiten ver a Jaime tal cuál es.

Antes de que yo viajara, Jaime ya había estado trabajando en un proyecto que vamos a llevar a cabo junto con otras personas. Esta mañana recibo un mail de mi jefe:

"Te pido que Jaime no tome decisiones ni que opine, que vea por ahora y escuche y si algo no se entiende que te diga o le preguntas, porque si no tendremos las cosas como 'Jaime' las vio e implemento y la verdad no sirve(...)"

Termina su mail escribiendo, muy piadosamente:

"No copio a Jaime en este mail para que no se ponga mal"

.
.
.

Tenía mucho que decir sobre esto. Tenía mucho que contestarle a mi jefe. Pero decidí no decírselo por mail: hay cosas que prefiero decirlas en persona, a mi propio costo y riesgo. De un tiempo a esta parte, no tolero callarme cuando siento que hay cosas que no son como corresponden.
Descalificar el trabajo de uno de tus empleados, y decir que no sirve sin haberlo visto siquiera.
Pedirme que no lo deje tomar decisiones ni opinar, como si yo fuera una especie de gurú con la verdad absoluta acerca de algo.
Pedirme que convierta a un compañero mío, a una persona que respeto y aprecio en un simple espectador pasivo.

Siento que esas son cosas que no corresponden. Y sinceramente no creo que sirva para nada que yo se lo diga a mi jefe: no creo que mágicamente se la vaya a permeabilizar la mente y el entendimiento por obra y gracia de mi oratoria. Pero yo necesito decírselo. Necesito dejar en claro que no estoy de acuerdo, necesito no quedarme callado. De alguna manera, siento que se lo debo a Jaime, pero sobre todo me lo debo a mí, y a mi endeble concepción de lo que está y de lo que está mal.

(Eso de callarme la boca, no me sale muy bien, que digamos)

lunes, 19 de agosto de 2013

Lima - Día 6 (de Parapentes)

Fin de semana: Tiempo libre, así que tenía que buscar cómo llenarlo.
En una época venía seguido a Lima, así que conozco la parte de la ciudad que está cerca del departamento donde me alojo. El sábado me fui a Parque Kennedy y las ferias incas, y el domingo caminé la costa. Saqué fotos, como me pidió la Berta, y lo cierto es que estuvo bueno como plan: editar fotos me mantuvo entretenido las horas del finde que estuve en el departamento.

Domingo por la tarde, y ya no tenía nada por hacer. Estaba fresco, y no tenía ganas de salir, así que me dediqué a mirar la vida desde el balcón. En eso aparecieron los parapentes.

La costa por estos lados, es una larga cadena de acantilados altos, en dónde el viento del mar asciende y riega de rocío las plantas rastreras que suben por las laderas. Es un lugar ideal para practicar parapentismo.

Recortados contra el cielo siempre blanco de Lima, se dibujó en el horizonte una bandada de 8 o 10 parapentes que como aves migratorias volaban a lo largo de la línea de la costa. Hombres colgados de telas angostas y finas, sostenidos por cuerdas tan delgadas que se desdibujan en la resolana, dejándose llevar por el viento, jugando con el viento. Algunos, los más experimentados, saben poner su ala en forma vertical y descender haciendo tirabuzones hasta cerca de estrellarse contra la playa, y ascienden a último momento.

Estuvieron un buen rato girando casi a la altura del balcón, y estuve tentado de ir a buscar la cámara para sacar una foto de ese momento surrealista. Pero me resistí, entendí que si eso estaba pasando, era para que lo viviera ahí, en ese momento, no importaba que quedara registrado para después.

Nunca me animé a subirme a un parapente.
Eso, es muy parecido a la libertad. No estar sostenido por nada, que no haya piso bajo tus pies, apoyarse en el viento y entregarse a él, disfrutar ese trayecto. Callar o ignorar a los miedos que nos dicen que los hombres nacimos pedestres, incluso hacerse amigo de los miedos. Volar, sabiendo que fuimos hechos para caminar.

No me animo a eso. No me animo a volar.

Me costó dormirme, tenía un dolor clavado en el medio de la espalda. Justo en el lugar donde estarían mis alas si las tuviera.
Soñé con submarinos.

viernes, 16 de agosto de 2013

Lima - Día 3 (de María y su Angelito)

Y de nuevo, el escribir me llena el vacío de no tener nada por hacer.
El vacío de no tener nadie con quien estar.
El vacío de no tener nadie con quien hablar.

Puede parecer ya este comienzo una cucharada de autocompadecencia. Puede que lo sea. Pero no es solamente eso.

Estoy solo, en un piso 15 de una ciudad que no es la mía, sin nadie con quien hablar, y nadie a quien escribir. Se siente como estar en medio de un planeta desierto, o como ser el único extraterrestre entre terrícolas. Y no se siente tan mal.

Salí al balcón, a mirar el tiempo con un cigarrillo (el único que fumo en el día) y a dejarme inundar por el gris de la noche sin estrellas de Lima, absorbiendo por el filtro un poco del ubicuo aire húmedo del Pacífico.

Hoy fue un día.
(Iba a decir un día raro, pero no quedaba bien.
Iba a decir un día más, pero hubiera sido mentira.
Iba a decir un día menos, pero no pensé en eso en realidad)

Hoy, solo fue un día.

Llegué a la oficina muy temprano, y toqué el timbre. Solamente estaba la señora que limpia la oficina, la misma señora que limpiaba la oficina anterior, cuando hace 3 años vine por última vez a Lima. Se acordó de mi al instante, a mí me llevó un par de segundos.

Es una señora pequeña. Es pequeñita, bajita, menudita, siempre con una sonrisa, siempre con una charla en los labios para ofrecerte. Me contó de su Angelito.

La última vez que vine, Ángel, su hijo, estaba por ser operado, una más de todas las operaciones que tuvo que  soportar en su vida. Nació con una padecimiento muy raro, por el cual su colon no estaba desarrollado cuando nació, y nunca se desarrolló. Ha vivido en hospitales por muchísimo tiempo, y convive con naturalidad con una bolsa de colostomía adosada a su vientre. Y por lo que ella me cuenta, es un Angelito comprador. No lo dudo, siendo hijo de ella. Me cuenta que creció después de la operación, porque su salud mejoró y pudo pegar el estirón. Me cuenta que ya tiene 16 años, que quiere una longboard, que le encanta dibujar y anda haciendo grafittis en las paredes del barrio. Me cuenta que ella no tiene ni siquiera la cobertura estatal, porque ella esta separada de su padre, y su padre no se digna a ponerlo dentro de su cobertura de salud. Me cuenta que cuando quisieron anotarlo como "indigente", para darle cobertura social, no lo aceptaron, porque en el sistema aparecía que su padre si tenía cobertura. Me cuenta que le falta una operación más. Me cuenta que ella también se enfermó, aplastada por el stress y los problemas, y que pasó por una depresión. Me cuenta que a veces tiene ganas de bajar los brazos, pero no lo hace, porque es madre, y las madres siempre siguen luchando.

Por qué cuento esto? Por qué cuento esta historia de María y su Angelito?
Porque María me vió después de 3 años y se acordó de mi nombre, aunque yo tardé unos minutos antes de acordarme del suyo. Porque María me abrió el corazón y me contó de sus alegrías y sus pesares, simplemente porque sí, porque por el mundo hay almas bellas como la de ella, que se brindan en lo bueno y en lo malo sin pudores. Porque, si hay Marías en el mundo, entonces no estamos tan solos.

Y ella con una sonrisa, me manda saludos para un compañero de trabajo que en un viaje le trajo una pelota de fútbol a Angelito. Y me pide que le cuente todo esto que ella me contó, porque sabe que se va a poner contento de saber que Angelito está bien.

Pienso entonces que los que estamos solos es porque, como yo, nos quedamos encerrados mirando el mundo desde un piso 15, y eso es una decisión.
Pienso que no necesariamente estar solos es una mala decisión, porque sin ruido es más fácil escucharse.
Pienso que se puede estar solo rodeado de gente, se puede estar solo incluso charlando y participando de una conversación. Y no hace falta irse a otro lado para estar solo. Y no pesa tanto tampoco estar solo cuando no hay nadie cerca, y lo único que que nos queda es convivir con nosotros mismos.

Hoy fue un día.

jueves, 15 de agosto de 2013

Lima - Día 2 (de Partidas, Llegadas y Esas Cosas...)

Toda una eternidad me llevó llegar hasta acá. Una eternidad cortita, esos tiempos muertos que se hacen larguísimos de aburridos. Doce horas entre aeropuertos y aviones. Ezeiza - Guarulhos - Lima.

En realidad, me llevó mucho más. Lo vengo sufriendo desde que supe que tenía que viajar.
Esa manía mía de sufrir las cosas antes de tiempo.
Esa manía mía de sufrir al pedo.

Lo cierto es que, una vez subido al avión, ya en el aire, ya la suerte estaba echada. Y eso me deja tranquilo. Ya la expectativa caducó, entró en vigencia la realidad. No deja de ser reconfortante, de alguna manera.

Es como cuando te estás por tirar a nadar en el agua fría. Ya sabés que el agua está fría. Sentís el frío desde antes de sumergirte, ya los pelos de la nuca se erizan antes de que toques el agua. Y la espalda se contrae, y te recorre un escalofrío que duele. Pero, en algún momento, por decisión o empujón, te tiras al agua. Y todo eso frío que era expectativa se vuelve realidad. Y se hace tolerable. Puede que el agua esté más fría o menos fría de lo que te imaginabas, pero seguramente el frío real es más tolerable que el imaginado, por el simple hecho de que es cierto.

Y acá pasó lo mismo. Me hacía malasangre por este alejamiento forzado, pero una vez sumergido en el cielo, cuando pasas la primera capa de nubes y la tierra se te pierde de vista, ya está. La partida es real e irreversible, por el momento. El único plan posible es seguir para adelante, hasta que la rueda gire otra vuelta y me lleve de nuevo a casa.

Solo queda estar acá en Lima. Estar en el sentido completo de la palabra: estar presente, haciendo lo que vine a hacer, y pasarla lo mejor posible en el intento.

Si se quiere, pensar también que las distancias pueden ser buenas, porque dan perspectiva.
Dejando que la mente vuele un poco a Buenos Aires en algún ratito libre, porque está bueno saber que uno extraña su lugar y su gente, y está bueno saberse extrañado. No es tanto tiempo, 16 días pasan rápido, cómo rápido pasaron otras ausencias en otros tiempos.

El Budismo dice que todo lo que nos pasa trae algo que tenemos que aprender.
Será...?

lunes, 12 de agosto de 2013

3... 2... 1...

Estás ahí, parado al borde del trampolín.

Todo auditorio está esperando el salto, los jueces se preparan para evaluarte, y el público se divide entre aquellos que esperan que hagas un salto impecable, y los otros que ansían que te estroles contra el borde de la pileta. Se siente la expectativa en el aire, el silencio es palpable, nadie está pendiente de otra cosa que no sea vos.

Estás esperando la señal.
No sabés a que altura está el trampolín.
No sabés qué salto vas a hacer.
No sabés siquiera si hay agua en la pileta.

En el fondo, sabés que no estás preparado para saltar. Una voz, desde lo más profundo, te repite que no deberías estar ahí. Dentro de tu cabeza, escuchás un grito lejano que te implora con desesperación que te bajes, que es tu última oportunidad para huir, que corras por tu vida, antes de que sea demasiado tarde.
Otra voz, más firme, te ordena tajantemente que te quedes a enfrentar lo que se viene.

Pensás:
y si miro hacia abajo, y me da vértigo?
y si me reviento de un panzazo contra el agua?
y si caigo mal y dejo un testículo enganchado del borde del trampolín?
y si no hay agua?
o, lo peor de todo: si caigo mal y todos se ríen de mí?

Muy dramático todo.

Lo cierto es que, en realidad, nadie mira, todos están muy ocupados, cada uno en sus cosas.
Para los jueces, sos uno más en una larga fila de tantos, y ya se han aburrido hace rato de ver gente saltar.
Puede que sepas saltar, o puede que no; puede que seas bueno en eso, o puede que no; pero cuando estés en el aire, poco va a importar: la gravedad va a hacer su trabajo.
El trampolín no está tan alto, ni tampoco es el primero desde el que saltás. Si hacés memoria, seguro que saltaste de algunos mucho más altos, hace ya tiempo.
Y claro que hay agua, siempre hubo agua. Por eso seguís acá: si alguna vez la pileta hubiera estado vacía, ni siquiera podrías estar ahora subido a este trampolín.

Y si caes mal, y alguien se ríe, tanto mejor (aunque sabés que nadie se ríe en estos casos).

Así que respirás hondo, estirás la espalda y

3...

2...

1...

...

miércoles, 7 de agosto de 2013

Jodido

Cerrar la boca, y abrir la cabeza.
Ponerse de pie, respirar hondo, y empezar a caminar.
Caminar con el alma a ciegas, sabiendo que tropezar y caer es parte del viaje.
Curarse las heridas, para hacerse más fuerte y permitirse ser más débil.
Caer para levantarse.
Romperse para rearmarse.
Sangrar para cicatrizar.

Perder todo para saber cuánto vale.
Perder todo para no necesitar nada.
Perder todo para saber que, en realidad, nunca se ha tenido nada.

Patear el tablero, y perder las piezas.
Aprender a jugar sin torres ni caballos.
Jugar sin estrategia ni plan.
Mirar el tablero, cada vez, como si fuera la vez primera.
Olvidarse de lo que pasó hasta acá.
No esperar nada para después.

Eso puede desgarrar cualquier corazón.
Todo eso, apalea el corazón, y lo deja blando.
Todo eso, tal vez, haga que sea más fácil sentir.
Todo eso, tal vez, haga que sea más doloroso sentir.

Vivir duele.
Lo jodido es hacerlo, aun sabiendo que va a doler.
Lo jodido es apretar los dientes y meterse de lleno en la oscuridad de la incertidumbre, sabiendo de antemano que se saldrá lastimado.
Lo jodido es arrojarse a lo que viene sin paracaídas, paravalanchas ni red.
Lo jodido es ni siquiera poner las manos ni cerrar los ojos cuando ves que abajo tuyo se va acercando rápidamente la realidad.

Y entonces, para tener un trozo de alegría, hay tres opciones:
Ser boludo
Ser sabio
O ser masoquista

(Tampoco estoy seguro de que sean opciones, tal vez las tres cosas sean lo mismo)


Vos cuál de los tres sos?

martes, 6 de agosto de 2013

Las cosas se mueven solas

Ir, venir, llegar, partir.

Después de romperte la cabeza en el borde de la sartén, y freírte las ideas en abundante aceite, resulta que en un pase de mango la tortilla se da vuelta y todo cambia otra vez.
Después de llorar a los gritos pero a escondidas, y exhibir impúdicamente la más fiel cara de exhausto, un día llega Agosto, y al almanaque se le cae un mes.

Y como soplada por el viento, se da vuelta la hoja, las cosas cambian solas. Después de haber despilfarrado dolores de espalda tratando de hacer que las cosas cambien, cuando por fin te das por vencido y te entregas a una pacífica depresión, cuando aceptás lo que es y te resignás a lo que no es, entonces ahí, sin más, las cosas cambian.

Asoma un sol por la ventana que te arranca el pulover y te sacude el frío. De pronto, lo que era ya no es, y lo que parecía que no estaba, reaparece. Después de dar vueltas entre voy y no voy, entre me quedo y me voy, a la fuerza y de repente me suben a un avión en pleno Martes 13. Con dos alas de metal me abren un paréntesis de 16 días en la vida, carreteando rumbo al Alto Perú.

El humano flota, así que, si te estás hundiendo en el río, hacer la plancha puede ser una buena opción. El río sabe para dónde va, sin que vos digas ni hagas nada. El sol sabe por dónde salir. Las agujas del reloj saben para dónde girar, y siempre están donde tienen que estar. Las hojas del almanaque se caen solas.

Y uno, como un boludo, tratando de empujar el tiempo, queriendo torcer caminos, creyéndose capaz de cambiar a la gente. Como un boludo, dando manotazos de ahogado, y respirando agua hasta por las orejas, cuando solamente había que relajarse y dejarse flotar. Las cosas se mueven solas, para bien y para mal, pero inexorablemente.