martes, 20 de agosto de 2013

Lima - Día 8 (de la Bronca que me Producen Ciertos Prejuicios)

El prejuicio me deja un sabor particularmente feo.

No voy a rasgarme las vestiduras ni bañarme en moralina acerca de esto: cargo con mis propios prejuicios, y algunos los reconozco y otros no. Algunos los controlo, y otros no. En todos los casos, trato de escaparles. Cuando me encuentro con prejuicios propios, los reviso, me fijo que  alcance tienen, y trato de convencerme de que es estúpido hacer juicios previos.

Porque el prejuicio es justamente eso: hacer un juicio previo. Previo a qué? Previo a la realidad.

Creo que naturalmente formamos prejuicios. Cuando no conocemos algo (o a alguien), necesitamos hacer encajar eso desconocido en nuestro estrechísimo esquema mental. Necesitamos clasificar, etiquetar, compartimentar y asignar características en consecuencia. Pasa, aunque no queramos, sin que nos demos cuenta la mayoría de las veces.

Lo jodido es no revisarlo. Lo jodido es no exponer nuestros prejuicios a la prueba y el error. Dictar sentencia (a favor o en contra), sin exponer los cargos a las evidencias de la realidad.

Ahí nos volvemos necios. Nos aferramos tercamente a nuestra posición, y proclamamos a los cuatro vientos que la realidad está equivocada, porque no coincide con lo que (bien nosotros sabemos) es la verdad.
Cuando tomamos esa postura, es más importante tener la razón que todo lo demás. Y ese "todo lo demás", incluye invariablemente a la otra persona. Nos convertimos, básicamente, en soretes.

En la oficina de Lima, a donde vine a trabajar estas semanas, tengo un compañero que se llama Jaime. Es un tipo buenísimo, como no conozco muchos. Siempre está de buen humor, siempre está para ayudarte, y le sobra voluntad. Eso describiéndolo como persona: como laburante, es un tipo sumamente trabajador que le gusta mucho lo que hace, y no parece molestarle lo más mínimo quedarse hasta las 11 de la noche trabajando, o terminar algo un domingo. Tiene además un conocimiento técnico muy importante, es perseverante para buscar soluciones, y se puede hacer cargo de varias cosas al mismo tiempo.
Digo esto siendo que trabajo con él, en persona o a la distancia, desde hace 4 años. Reconozco, con la mayor objetividad de la que soy capaz, que es mejor consultor que yo (no lo digo con falsa modestia: no soy modesto en absoluto, pero reconozco mis falencias y son bastante más que la de Jaime).

Sin embargo, nuestro jefe, por los motivos que fueran, no piensa lo mismo. Sospecho (puedo estar equivocado) que tiene que ver con que Jaime es peruano y yo soy argentino. O que yo soy más inestable, y eso le debe hacer suponer que yo tengo carácter y él no. Realmente no sé qué es. Pero tengo la certeza de que las anteojeras de nuestro jefe no le permiten ver a Jaime tal cuál es.

Antes de que yo viajara, Jaime ya había estado trabajando en un proyecto que vamos a llevar a cabo junto con otras personas. Esta mañana recibo un mail de mi jefe:

"Te pido que Jaime no tome decisiones ni que opine, que vea por ahora y escuche y si algo no se entiende que te diga o le preguntas, porque si no tendremos las cosas como 'Jaime' las vio e implemento y la verdad no sirve(...)"

Termina su mail escribiendo, muy piadosamente:

"No copio a Jaime en este mail para que no se ponga mal"

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Tenía mucho que decir sobre esto. Tenía mucho que contestarle a mi jefe. Pero decidí no decírselo por mail: hay cosas que prefiero decirlas en persona, a mi propio costo y riesgo. De un tiempo a esta parte, no tolero callarme cuando siento que hay cosas que no son como corresponden.
Descalificar el trabajo de uno de tus empleados, y decir que no sirve sin haberlo visto siquiera.
Pedirme que no lo deje tomar decisiones ni opinar, como si yo fuera una especie de gurú con la verdad absoluta acerca de algo.
Pedirme que convierta a un compañero mío, a una persona que respeto y aprecio en un simple espectador pasivo.

Siento que esas son cosas que no corresponden. Y sinceramente no creo que sirva para nada que yo se lo diga a mi jefe: no creo que mágicamente se la vaya a permeabilizar la mente y el entendimiento por obra y gracia de mi oratoria. Pero yo necesito decírselo. Necesito dejar en claro que no estoy de acuerdo, necesito no quedarme callado. De alguna manera, siento que se lo debo a Jaime, pero sobre todo me lo debo a mí, y a mi endeble concepción de lo que está y de lo que está mal.

(Eso de callarme la boca, no me sale muy bien, que digamos)

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