martes, 6 de agosto de 2013

Las cosas se mueven solas

Ir, venir, llegar, partir.

Después de romperte la cabeza en el borde de la sartén, y freírte las ideas en abundante aceite, resulta que en un pase de mango la tortilla se da vuelta y todo cambia otra vez.
Después de llorar a los gritos pero a escondidas, y exhibir impúdicamente la más fiel cara de exhausto, un día llega Agosto, y al almanaque se le cae un mes.

Y como soplada por el viento, se da vuelta la hoja, las cosas cambian solas. Después de haber despilfarrado dolores de espalda tratando de hacer que las cosas cambien, cuando por fin te das por vencido y te entregas a una pacífica depresión, cuando aceptás lo que es y te resignás a lo que no es, entonces ahí, sin más, las cosas cambian.

Asoma un sol por la ventana que te arranca el pulover y te sacude el frío. De pronto, lo que era ya no es, y lo que parecía que no estaba, reaparece. Después de dar vueltas entre voy y no voy, entre me quedo y me voy, a la fuerza y de repente me suben a un avión en pleno Martes 13. Con dos alas de metal me abren un paréntesis de 16 días en la vida, carreteando rumbo al Alto Perú.

El humano flota, así que, si te estás hundiendo en el río, hacer la plancha puede ser una buena opción. El río sabe para dónde va, sin que vos digas ni hagas nada. El sol sabe por dónde salir. Las agujas del reloj saben para dónde girar, y siempre están donde tienen que estar. Las hojas del almanaque se caen solas.

Y uno, como un boludo, tratando de empujar el tiempo, queriendo torcer caminos, creyéndose capaz de cambiar a la gente. Como un boludo, dando manotazos de ahogado, y respirando agua hasta por las orejas, cuando solamente había que relajarse y dejarse flotar. Las cosas se mueven solas, para bien y para mal, pero inexorablemente.

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