viernes, 16 de agosto de 2013

Lima - Día 3 (de María y su Angelito)

Y de nuevo, el escribir me llena el vacío de no tener nada por hacer.
El vacío de no tener nadie con quien estar.
El vacío de no tener nadie con quien hablar.

Puede parecer ya este comienzo una cucharada de autocompadecencia. Puede que lo sea. Pero no es solamente eso.

Estoy solo, en un piso 15 de una ciudad que no es la mía, sin nadie con quien hablar, y nadie a quien escribir. Se siente como estar en medio de un planeta desierto, o como ser el único extraterrestre entre terrícolas. Y no se siente tan mal.

Salí al balcón, a mirar el tiempo con un cigarrillo (el único que fumo en el día) y a dejarme inundar por el gris de la noche sin estrellas de Lima, absorbiendo por el filtro un poco del ubicuo aire húmedo del Pacífico.

Hoy fue un día.
(Iba a decir un día raro, pero no quedaba bien.
Iba a decir un día más, pero hubiera sido mentira.
Iba a decir un día menos, pero no pensé en eso en realidad)

Hoy, solo fue un día.

Llegué a la oficina muy temprano, y toqué el timbre. Solamente estaba la señora que limpia la oficina, la misma señora que limpiaba la oficina anterior, cuando hace 3 años vine por última vez a Lima. Se acordó de mi al instante, a mí me llevó un par de segundos.

Es una señora pequeña. Es pequeñita, bajita, menudita, siempre con una sonrisa, siempre con una charla en los labios para ofrecerte. Me contó de su Angelito.

La última vez que vine, Ángel, su hijo, estaba por ser operado, una más de todas las operaciones que tuvo que  soportar en su vida. Nació con una padecimiento muy raro, por el cual su colon no estaba desarrollado cuando nació, y nunca se desarrolló. Ha vivido en hospitales por muchísimo tiempo, y convive con naturalidad con una bolsa de colostomía adosada a su vientre. Y por lo que ella me cuenta, es un Angelito comprador. No lo dudo, siendo hijo de ella. Me cuenta que creció después de la operación, porque su salud mejoró y pudo pegar el estirón. Me cuenta que ya tiene 16 años, que quiere una longboard, que le encanta dibujar y anda haciendo grafittis en las paredes del barrio. Me cuenta que ella no tiene ni siquiera la cobertura estatal, porque ella esta separada de su padre, y su padre no se digna a ponerlo dentro de su cobertura de salud. Me cuenta que cuando quisieron anotarlo como "indigente", para darle cobertura social, no lo aceptaron, porque en el sistema aparecía que su padre si tenía cobertura. Me cuenta que le falta una operación más. Me cuenta que ella también se enfermó, aplastada por el stress y los problemas, y que pasó por una depresión. Me cuenta que a veces tiene ganas de bajar los brazos, pero no lo hace, porque es madre, y las madres siempre siguen luchando.

Por qué cuento esto? Por qué cuento esta historia de María y su Angelito?
Porque María me vió después de 3 años y se acordó de mi nombre, aunque yo tardé unos minutos antes de acordarme del suyo. Porque María me abrió el corazón y me contó de sus alegrías y sus pesares, simplemente porque sí, porque por el mundo hay almas bellas como la de ella, que se brindan en lo bueno y en lo malo sin pudores. Porque, si hay Marías en el mundo, entonces no estamos tan solos.

Y ella con una sonrisa, me manda saludos para un compañero de trabajo que en un viaje le trajo una pelota de fútbol a Angelito. Y me pide que le cuente todo esto que ella me contó, porque sabe que se va a poner contento de saber que Angelito está bien.

Pienso entonces que los que estamos solos es porque, como yo, nos quedamos encerrados mirando el mundo desde un piso 15, y eso es una decisión.
Pienso que no necesariamente estar solos es una mala decisión, porque sin ruido es más fácil escucharse.
Pienso que se puede estar solo rodeado de gente, se puede estar solo incluso charlando y participando de una conversación. Y no hace falta irse a otro lado para estar solo. Y no pesa tanto tampoco estar solo cuando no hay nadie cerca, y lo único que que nos queda es convivir con nosotros mismos.

Hoy fue un día.

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