lunes, 17 de febrero de 2014

Lunes

Despertá
Al día, al lunes
A lo que baja y luego sube
A la brecha que se abre
A la noche que sucumbe

Despejá
La frente y los ojos
En la espuma del dentífrico
En el fondo del pocillo
Del sueño que fue poco

Dibujá
La voluntad perdida
La sonrisa encendida
La labor esmerada
(apenas cumplida)

Esperá
Que el lunes termina
Y termina la semana
Y nada es tan poco
Ni tan malo, ni tan nada

Flotá
Volando a la deriva
Que en el ir a ningún lado
Tal vez haya una salida
Si extraviaste la bujía


que te encendía...

miércoles, 5 de febrero de 2014

El Loco


Me acuerdo que cuando era más chico, tenía la sensación presente de que yo podía conseguir cualquier cosa. Tenía un optimismo a toda prueba y una fe ciega en la humanidad: tenía toda una filosofía armada sobre el tema, y se la comentaba a todo aquel que me prestara oído.

Tenía la teoría de que toda la gente es inherentemente buena, y que si alguien te hacía algo malo, era por una de dos razones: a) lo hacía sin darse cuenta, o b) lo hacía porque había algo importante que no entendía. Entendía que hacer algo malo nunca era una opción razonable, porque (más allá del aspecto moral y ético) hacer algo malo es en última instancia impráctico o irracional. La respuesta más lógica para toda cuestión era por el lado de la cooperación o la búsqueda del bien común. Me sonaba justificable mi razonamiento hasta desde un punto de vista evolutivo y ecológico: para garantizar la supervivencia de la especie, y de la vida sobre la faz de la tierra, las decisiones mejor tomadas debían tener en cuenta en todos los casos al bien común, sin contemplar la posibilidad de egoísmos o agresividades.

Por ende, si alguien me hacía algún mal, era porque no se había dado cuenta o porque no entendía. Si no se había dado cuenta, yo tenía que explicarle. Y si no entendía, yo tenía que educarlo.

Sonaba hermoso el razonamiento. Y yo creía en el con toda mi convicción.

También creía que siempre es mejor confiar en la gente, a como diera lugar. No porque pensara que la gente no fuera a defraudarme nunca, sino porque creía que era mucho más la que ganaba confiando, que lo que me perdía por desconfiar.
Pensaba que la desconfianza solamente me llevaría a perderme de conocer a las personas y de aprehender todo lo bueno que cada uno tuviera para darme. Así que prefería confiar, enriquecerme de todo lo que esa confianza me brindara, y si luego me fallaban, no importaría, porque en última instancia lo que había recibido siempre sería infinitamente superior a lo que pudieran quitarme.

Además, creía que yo tenía la capacidad de conseguir todo lo que quisiera, de quien fuera, y en cualquier circunstancia. Conseguirlo era cuestión de tiempo. Si perseveraba lo suficiente, era capaz de alcanzar todo lo que me propusiera. Yo podía resolver el mundo, el mío y el de los demás. Solo tenía que darme tiempo y yo podía arreglar cualquier problema, propio o ajeno.

Así pensaba. Así creía.

En algún momento (no sé cuándo), eso se rompió. Se disolvió, se quebró, o se derrumbó.
A veces lo quisiera rearmar, reparar o reconstruir.
Pero no sé si puede.

Extraño pensar así.