(Monólogo)
(Se escucha música de apretura. Se encienden las luces, y está MONICA parada
frente a una mesada de escenografía de programa de cocina, con varios
ingredientes decorativamente dispersos. MONICA viste un delantal de
cocina, grandes aros y cabello muy arreglado)
MÓNICA: ¡Hola, hola mis
queridas! ¡Muy buenas tardes, cómo están? Espero que muy bien. ¡Bienvenidas una
vez más a “Cocinando con Mónica”! (hace una sonrisa a cámara al mencionar
su propio nombre) Lo que vamos a preparar hoy es una receta muy
especial, que aprendí de mi abuela. Mi abuela era una señora muy dulce, muy
cariñosa y muy andaluza que me enseñó que todo en la cocina se trata de amor. Y
hoy, como un homenaje a ella, vamos a preparar caracoles. ¡Si señoras y
señoritas! ¡Caracoles! Hoy por hoy ya no
es tan común en nuestras mesas, pero es un plato delicioso y muy nutritivo, ¡en
el que también pueden ayudarnos los más pequeños! Lo primero que vamos a hacer
es seleccionar los caracoles más gorditos y felices para nuestra preparación.
Actualmente no es fácil conseguirlos en cualquier mercado, pero una salida al
campo puede ser el momento ideal para conseguirlos, y para eso, vamos a
pedirles a los niños de la casa que nos ayuden. La forma más sencilla de que
todos participen de buena gana es proponerles un juego. Mi abuela nos reunía a
mis primos y a mí, y nos decía: “¿Les gustaría tener su propia familia de
caracoles?”. “¡Siiii!”, le contestábamos todos. Entonces nos daba una canasta a
cada uno, y nos pedía que pusiéramos algunas hojas en el fondo. Pero no
cualquier hoja, ¡no, no, no, no, no! Hojitas tiernas de lechuga, para recibir a
nuestros nuevos amiguitos con un festín. Nosotros acomodábamos las hojas de
lechuga en el fondo de las canastas, como haciendo camitas para caracoles, ¡y
salíamos a buscarlos por el campo! ¿Cómo nos divertíamos! Y siempre que
volvíamos a mostrarle la canasta a la abuelita, nos decía “¡pero que poquitos!
¡Ve a buscar más, así tienes una familia bien grande!”. (se ríe)
¡Toda la tarde nos tenía así! (saca un recipiente lleno de caracoles)
¡Bueno, acá tenemos unos 25 o 30 caracoles, sanitos, grande y hermosos! ¡Ya
están todos en su camita de lechugas! ¡Una familia entera de caracolitos! A ver
si me enfoca la cámara. (muestra el contenido a la cámara)
Primero vamos a purgarlos porque no sabemos que pueden haber estado comiendo
estos traviesos. Así que vamos a ponerlos dos o tres días a comer harina, con
un poco de tomillo y romero. Mi abuela le decía “llevar a los caracoles de
vacaciones”. (se ríe) La abuela tenía un cajón grande, y todos
los nenes armábamos montañas de harina ahí adentro. Con las ramitas de tomillo
y de romero armábamos arbolitos, bosquecitos, y decíamos que era Bariloche para
caracoles. (se ríe) ¡Tan ocurrentes son los niños! Dejábamos a
los caracoles ahí una semana en ese entonces, porque así nos tenían entretenidos
todo ese tiempo mirándolos y cuidándolos. ¡Hasta les poníamos nombres! Nos
inventamos parentescos. Este es el papá, esta es la mamá, y estos más chiquitos
son los nenes. Este es el tío Pepe, y esta es la abuela Tota. Y a la noche,
antes de irnos a dormir, nos despedíamos. ¡Qué duerman bien caracolitos! ¡Una
vez hasta los llevé a la escuela! (se rie) Cuando una es niña se
encariña con cualquier cosa. De grande me enteré de que con 2 o 3 días ya es
suficiente para que queden perfectos. A estos pequeñines que tenemos acá los
vamos a poner en un tupper grande con harina, y los vamos a dejar en un lugar
oscuro dos o tres días para que se purguen bien y tomen el rico sabor de las
hierbas aromáticas que les hemos puesto. Después de purgarlos, lo que se hace a
continuación es saltearlos. ¡Pero ojito, que no es saltearlos en una sartén!
¡No, no, no, no, no! En este caso, saltear consiste en dejar los caracoles al
sol en una cacerola, con algo transparente encima. Esto es para que el calor
haga que los caracoles salgan de su concha y mueran sofocados con la mayor
parte del cuerpito afuera. Mi abuela, a este paso, le decía “llevar a nuestros
amiguitos a Mar del Plata”. (se ríe) Nos convencía a todos que
los caracoles ya debían estar aburridos de estar en Bariloche, ¿a qué otro lado
los podíamos llevar? Y ahí todos decíamos ciudad reales e inventadas. ¡Paris!
¡Berazategui! ¡Tuturutata! Hasta que uno decía “¡Mar del Plata!”. Y ahí mi
abuela “¡Eso! ¡Vamos a llevarlos a Mar del Plata!” Entonces ella ponía un
pedazo de plástico en el fondo de una cacerola que tenía. Un pedazo de plástico
que debía ser un trozo de mantel de hule viejo, a cuadros. Decía que era la
lonita para que los caracoles tomen sol. Los poníamos ahí, los tapábamos con un
plato de vidrio y los poníamos al sol. Los caracoles salían del caparazón y
trepaban por todos lados, y nosotros gritábamos “¡Mirá cómo se divierten! ¡Les
encanta la Bristol!” y nos matábamos de risa. (se ríe) ¿No es
hermoso cómo las criaturas se divierten con cualquier pavada? Al final de la
tarde, la abuela los iba a mirar y nos anunciaba “¡Chicos, chicos! ¡Se murieron
de calor los caracoles! ¡Pobrecitos! ¿Ven? Por eso les digo que es peligroso
quedarse mucho al sol, porque pueden quedar como los caracoles”. Y todos
hacíamos como que nos sorprendíamos y nos poníamos tristes, pero igual ya
sabíamos que se iban a morir. Bueno, todos salvo los que participaban del juego
por primera o segunda vez. Yo lloré a moco tendido por los caracolitos hasta
que tuve 8 o 9 años. ¡Qué tiempos aquellos! ¿Verdad? Una vez que ya están todos
muertos, vamos a lavarlos bien para quitar los excrementos que puedan haber
quedado pegados. ¡Adivinen cómo le decía mi abuela a este paso! No creo que
adivinen, ¡era tan imaginativa para inventar juegos! A esta parte, ella le
decía ¡“lavar los difuntos”! (se ríe) Entonces, entro todos
preparábamos a las familias de caracolitos para su defunción. Los lavábamos en
agua fría con mucho amor, y los poníamos sobre un repasador blanco, todos
alineaditos. Y cuando el último animalito estaba perfectamente lavado, les dedicábamos
unas palabras. ¡Era tan gracioso! "Los vamos a estrañar Pepe, Tota, Cuqui, Princesa y Tito. Fueron buenos caracoles, y los quisimos mucho. Gracias por haber sido nuestros amiguitos". Entonces la abuela nos decía: “¿Y si en vez
de enterrarlos nos los comemos?”. Todos los chicos les decíamos que no, pero la
vieja igual los agarraba y los tiraba en la cacerola con agua hirviendo. “¡No
sean tan remilgados, que esto en la guerra era un manjar!”. Nunca supe de qué
guerra hablaba. ¡Y vaya que quedaban exquisitos! ¡Y cómo no, si habían sido
preparados con tanto cariño! (saca un recipiente con caracoles limpios)
¡Y aquí yo ya tengo preparados los caracoles muertos, limpios y listos para
cocinar! Luego de la pausa, vamos a preparar unos apetitosos Caracoles a la
Andaluza, dedicados a la Abuela María del Carmen, que Dios la tenga en la
gloria. Y recuerden, todo lo que se prepara con amor, ¡siempre sabe más rico!
¡Hasta Luego!(se escucha la música del programa y se van las
luces)
FIN
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