lunes, 22 de abril de 2013

Limpiar

Compré lavandina.
Y unos trapos nuevos, de los amarillos.

Lavé los platos, que estaban hace un par de días. Y de paso, los sequé y los guardé. Y limpié la cocina. Y ya que estaba, limpié la heladera. Y los estantes, y las puertas de los muebles. Y el horno estaba sucio, y el extractor también, así que también los limpié. Después, el piso había quedado hecho una mugre, así que baldee la cocina. Y era un asco no dejar toda la mugre abajo de la heladera, así que corrí la heladera, y limpié abajo.

El pelado se levantó, miró a su alrededor, y decidió que las celosías de las puertas estaban sucias, y que el patio parecía abandonado. Así que las limpió, maderita por maderita. Y, obviamente, sacó las telarañas. La terraza se había llenado de barro, porque hace tiempo que no limpiábamos, así que subió con un cepillo y limpió el piso hasta remover toda la tierra. Dejó caer agua por la escalera, y limpió escalón por escalón. Juntó las hojas, y pasó la escoba por el patio.

Sonó música de fondo, acompañando. Ni hablábamos, no estábamos cerca, ni nos veíamos. Pero estábamos juntos.

Estuvo todo limpio. Estábamos limpios nosotros, mugrientos de limpiar, pero con la cabeza limpia. Tanto es así que, después de una siesta, el pelado fue capaz de levantarse e ir a acompañar a un amigo que se sentía solo. Hace tiempo que no estaba lo suficientemente claro como para apoyar a alguien más.

Yo, me bañé, y ensayé un poco, y canté en mi casa vacía, y me sentí bien. Hace tiempo que no estaba lo suficientemente despejado como para relajarme en mi casa vacía, y sentir que todo estaba bien.

Digamos que fue uno de mis mejores Domingos. Un Domingo como me gustaría que fueran mis Domingos.

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