Soy peleador. Lo acepto. Lo digo también con un pelotudo orgullo (como si fuera una virtud en lugar de un defecto).
Pero es que me costó llegar a ser un peleador.
Hoy se habla de "bulling". Cuando yo era chico nadie sabía que era, y nadie lo consideraba un problema. Era cosas de chicos. El hostigador era un chico con mala conducta, que seguramente debía tener problemas en su casa, y la víctima era un chico tímido, ya se le iba a pasar. Era normal, ya iban a crecer.
A nadie se le ocurría que eso tenía consecuencias en los adultos en los que esos chicos se convertirían.
Yo fui víctima de bulling. La pasé mal, en 6to. y 7mo. grado. Después todo mejoró, pero eso me marcó. En algún momento, decidí que nunca más iba a estar en el lugar de víctima, y nunca más lo estuve. Y eso vino de mano de la seguridad.
La seguridad, además, me hizo aprender a no callarme. Y no me callo. Digo lo que pienso, sin importar con quién esté hablando, y no me da miedo contradecir, disentir o corregir a alguien si no estoy de acuerdo. Lo hago con mi jefe, mis viejos, mi pareja, mis amigos, clientes, o quien corresponda.
Por suerte, también tengo algo de diplomacia, y eso me salva de no ofender a nadie. Es raro que la gente se ofenda por lo que digo. Y no me quedo resentido tampoco después de una discusión. Y tampoco me cuesta reconocer cuando me equivoco: si en el medio de la discusión descubro que el otro tiene razón, lo reconozco, no sigo discutiendo al pedo. No hace falta.
Nunca peleo para joder al otro: lo hago para defender aquello en lo que creo, o para evitar problemas potenciales, o porque estoy convencido de algo.
Igual me falta mucho, tengo mucho que aprender, me equivoco mucho, y a veces me enojo al pedo. Puedo ser muy soberbio a veces, y tengo que tener cuidado con eso.
Pero soy peleador, y está bueno que no tenga miedo a pelear. Agradezco haber perdido el miedo a pelear.
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