jueves, 21 de marzo de 2013

Berta

Mi vieja charla con la señora que se le sienta al lado en el colectivo, y cuando baja se sabe su vida y obra. Le presta su oído, y le regala toda su atención en la media hora que dura el recorrido. Y siempre, cuando se baja, la señora de al lado la saluda con un beso. Y cada vez, la señora de al lado es una señora distinta.

Cocina scones y tortas para los cumpleaños, de quien sea. No porque sea una pastelera excepcional, sino porque le gusta regalar comida de madre.
Y hace tarjetas españolas, en papel vegetal. Porque no le gusta regalar tarjetas compradas, lo que ella regala siempre tiene que ser único y hecho con afecto. Teje, cose, borda. No porque sea una eximia tejedora, costurera o bordadora, sino porque ella, si te regala algo, tiene que regalarte una parte de ella. Así, te regala un frasco de dulce cuando la uva madura en verano, y cuando la naranja se pone dulce en invierno. Te hace canelones, o flan, o arroz con leche, y siempre se acuerda de la comida que te gusta.
La han adoptado, como madre, unas cuantas veces.
Entiendo, por ella, que solamente se puede dar amor si sos capaz de valorar el amor que recibiste.
Tuvo una vida complicada, como pocas que yo conozca. Su mamá murió poco después del parto, y se crió en el Delta, arrullada por el río. Cargó de chica el mote de "pobrecita", porque todos sabían que era huérfana de madre, y le pusieron Berta, como su mamá, para que nunca se olvidara. Un "pobrecita" que no sentía, porque no podía extrañar a un mamá que no recordaba.
En algún momento, poco antes de casarse, se le rompieron la calma y la cordura, y no las pudo volver a armar por sí sola. Eran épocas donde la salud mental estaba en prehistoria, y el remedio más moderno era la electricidad.
Se levantó, a pesar de todos, y se rearmó, a fuerza de amor. Cayó varias veces, y todas se volvió a levantar, un poco más fuerte cada vez.
Su historia clínica dice “neurinoma” por algún lado, y “cuádruple fractura de pelvis”, y “hemiplejia”. Su historia clínica lo dice, ella no.
Se subió al escenario por primera vez a sus 50 años, conmigo al lado, y fue feliz. Y no bajó más. Todavía está ahí arriba. A pesar de la hemiplejia que le dejó una neurocirugía, del dolor de espalda que le trajeron los años y de otras cosas que le deben joder pero de las que jamás se queja, ella te sonríe. Ella se sube al escenario y se regala, en el más hermoso de los sentidos.

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