miércoles, 10 de julio de 2013

Escribir (2)

También, las palabras esconden. Dicen para callar. En los espacios en las frases, entre palabra y palabra, en las comas, en el punto, se oculta lo no dicho.

El artista, mediante el hecho artístico, también se oculta. Al mostrar, oculta, en un juego de luces. Como cuando en el escenario, la luz del seguidor borra las arrugas de la diva al mismo tiempo que la ilumina.

El Guernica fue concebido como una imagen del horror y del sufrimiento. Y al verlo, uno ve eso, pero por encima de eso se percibe belleza, estética, arte. Inevitablemente, inintencionadamente, el artista sublima lo que muestra, lo eleva a un plano por encima de la realidad que intenta plasmar, quitándole su crudeza de verdad y cubriéndolo de un tinte de abstracción.

Así, una persona desnuda en medio de una habitación llena de gente es impúdica, pero esa misma persona plasmada en una tela es artística; y observamos fascinados innumerables muertes arriba del escenario o en la pantalla que, presenciadas en la realidad, nos llamarían al horror y al espanto.

Con las palabras, y también con mis palabras, pasa algo parecido. No porque considere que mis palabras sean arte ni mucho menos, pero si tienen ese mismo componente de abstracción que tiene el hecho artístico. Están separadas de la realidad por ese abismo infranqueable que existe entre el significado y el significante. Por ser palabras (y sobre todo por ser palabras escritas), parecen alejarse flotando de la realidad. No son hechos, no son vida, al menos no son la vida de todos los días.

Y mis palabras, tan cargadas de retórica y estilismo, ocultan mucho más de lo que muestran. El trasfondo está ahí, el sentimiento, la sensación, la emoción real están ahí, a la vista de todo aquel que sepa mirar, como el elefante detrás de la mampara en el acto de magia, o los hilos que hacen volar al ilusionista. Pero aquel que se deja llevar por lo que escribo, solamente va a encontrar palabras hilvanadas mas o menos decorativamente.

El fondo queda a oscuras.

Y no se me escucha a mí, al real, al de carne y hueso. Y el tipo que está acá sentado, ahora escribiendo, desaparece, como en un acto de magia. Como la arruga que desaparece bajo la luz de un farol que enceguece.

Y nadie me ve realmente, no por este  medio, no leyendo esto. No por lo menos de la forma en que me verían mirándome a los ojos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario