martes, 23 de septiembre de 2014

Piedras

El hombre esculpe.

Porque el hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra, y además se la guarda. Y como no le basta con eso, también que se encariña con la piedra, le da sentido. Le busca forma, la convierte en otra cosa, en algo distinto. Algo que ya no es solo piedra, sino un híbrido entre la piedra y sí mismo. Se expresa a través de la piedra, la moldea a imagen y semejanza de sus pensamientos.
La individualiza, porque una piedra que solo es piedra es todo y nada, es infinito y en el infinito se pierde. Pero cuando la piedra transmuta en escultura, deja de ser indefinida para ser individual. El hombre se eterniza a partir de la piedra que esculpe, busca arañar un poco de eternidad en un objeto que durará más que su vida, y para eso se rompe a sí mismo y deja una parte de sí en la piedra que a partir de ahí ya no será más piedra.

No hablo de la piedra que levantamos para afilar en la punta de una flecha, o la que ahuecamos en un cuenco, o las que apilamos para armar guarida. Hablo de la piedra que levantamos con la única finalidad de proyectarnos en ella, de convertirla en algo que nunca fue y nunca será. El David, por más fascinante que sea, no es David, es una piedra, y es solo eso. Miguel Ángel se rompió a sí mismo contra esa piedra, para crear algo que ya no es la piedra, y que tampoco es Miguel Ángel, que ni tan siquiera es David.

Y transitamos la vida haciendo eso, una y otra vez. Tropezamos con piedras, y las levantamos. Nos encariñamos con la piedra. Nuestra mente le da una forma y un sentido que nunca tuvo, y que dice más de nosotros que de la piedra.

Y hacemos lo mismo con la gente. Tropezamos con la gente, una y otra vez. Cometemos los mismos errores con las mismas personas, y los volvemos a cometer. Proyectamos en los demás cosas que no están, les damos formas que no tienen, y hacemos el esfuerzo de convencernos de que las personas son tal como las pensamos. Nos fabricamos ilusiones que dicen más de nosotros que de la otra persona. Y volvemos a hacerlo, una y otra vez.

Nosotros, los neuróticos, los negados, los ilusos, los humanos comunes, vamos por la vida queriendo ver lo que no hay ni puede haber. Nos rompemos a nosotros mismos, creyendo que de esa manera vamos a esculpir al otro, creyendo que así le daremos al otro la forma que quisiéramos que tuviera.

Como Pigmaliones frustrados fabricando en una línea de montaje innumerables Galateas.

Y lo más triste es que nos terminamos convenciendo de que eso funciona. Tanto es así, que nos enamoramos y nos apegamos a la imagen del otro que nos inventamos, y la creemos real.

Pero lamentablemente (y por suerte), la piedra sigue siendo piedra.
Y por suerte (pero lamentablemente), el otro sigue siendo el otro.

Debe ser cuestión de no rompernos tanto. De juntar los pedazos de nosotros que aún nos quedan y dejar todo lo demás en el camino. Intentar rearmarnos a nosotros mismos con las esquirlas que volaron cada vez que se nos derrumbó el alma.

Y que la piedra sea piedra.
Y que el otro sea el otro.
Y que yo sea yo...

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