lunes, 7 de octubre de 2013

La vuelta

Un día, el Pelado volvió.

No sé si se había ido, o si estaba escondido o encerrado. Pero el tema es que yo no lo veía. Es posible que nunca se haya ido, que siempre haya estado acá, pero yo no lo encontraba. Lo estuve buscando mucho, con amor, con bronca, con miedo, ansiosamente y de todas las formas que se me ocurrieron, pero no lo podía encontrar. Cuanto más lo buscaba, más lo espantaba y más lo fastidiaba, y él más se escondía.

Me resigné a pensar que se había ido, a pensar que ya no volvería, porque tal vez nunca había existido: tal vez el Pelado del que me había enamorado era fruto de mi imaginación y de mis ganas, y cuando lo había dejado de imaginar, simplemente había dejado de existir. Intenté aceptar a la persona que había tomado su lugar, pero no llegaba a conocerla. La verdad se me mezclaba con la intención, la realidad con el cuento, y de tan escondido en sí mismo que estaba el Pelado extraño, tan lejos de mí hacia adentro se escondía, que por mucho tiempo me sentí sólo. Por lo que él me decía, él también se sentía igual. Nos habíamos vuelto viejos desconocidos que compartíamos soledades, pero no llegábamos a acompañarnos. Nos comunicábamos a fuerza de las charlas vacías de lo cotidiano, y despilfarrábamos discusiones en intentos estériles de entender por qué nos habíamos convertido en lo que nos habíamos convertido. Nos prodigábamos abrazos a mansalva, abrazos que se parecían mas al agarrotamiento del náufrago que se aferra a una tabla flotante, que a los abrazos que acercan pecho con pecho y alma con alma.

Pero un día, supe que había empezado a volver. Me costó creerlo al principio.

Empezó a volver una tarde que me esperó sentado en el sofá improvisado de nuestro patio/balcón, con la Pomarola hecha un ovillito en la falda. Me conto que había estado pensando mucho, y que no quería seguir con esto, que había tomado una decisión. Me dijo, cargado de angustia, "si no puedo parar, me voy a internar".

Y lo abrace, sin saber que esperar.

Pero se ve que el miedo a la resolución tan drástica que el mismo había tomado, lo hizo huir. Salió corriendo despavorido del escondrijo oscuro en el que se había escondido, y a tientas pero con firmeza el Pelado que yo conocía rastreo la huella de vuelta a casa, conmigo. Como el buzo que sin aire patalea hacia la superficie, o el minero que busca a los tumbos la salida de la cueva remontando un rayito de luz.

Y el itinerario de regreso no es fácil ni esta exento de dolor, ni tampoco hay mapas que seguir. Pero ya algunos destellos del Pelado que conocí se ven llegando a través de la neblina. Y no puedo estar más contento de lo que estoy por haberme quedado a esperarlo, y estar parado en el umbral viéndolo volver.

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